El pintor austriaco Gustav Klimt fue a la vez respetado y controvertido en vida. Tras su muerte, de la que se cumplen 100 años este 6 de febrero, fue olvidado durante décadas. Pero ahora es un imán para el público.
Una de sus obras más conocidas, El beso, se ha mudado desde el ala oeste al ala este de la Galería Belvedere de Viena. “Es emocionante”, asegura uno de los responsables de las
exposiciones del museo. La pintura, que muestra a Klimt y a su novia Emilie Flöge abrazados, se exhibirá en una vitrina de acero protegida por un cristal antibalas, en una sala más cómoda para los visitantes.
El traslado se enmarca en la nueva presentación de la colección de la Galería Belvedere, que cuenta con 24 pinturas de Klimt, más que ninguna otra pinacoteca del mundo. Serio y parco en palabras, Klimt entró en la Historia del Arte como cabeza visible de la Secesión vienesa, un estilo adscrito normalmente al modernismo.
Sus obras desataron a menudo el escándalo y su vida fue un ejemplo de valentía artística. Algunos estudios recientes muestran al pintor austriaco desde otro ángulo. Su comportamiento con las mujeres estaba marcado por un gran aprecio mutuo, apunta la historiadora del arte Mona Horncastle, que ha publicado una nueva biografía de Klimt junto con Alfred Weidinge.
Klimt nació en Viena en 1862, en el seno de una familia muy humilde. Con 21 años y una buena formación, fundó una compañía artística junto con su hermano Ernst y Franz Matsch.
En 1984 tuvo lugar su punto de inflexión con el encargo de tres cuadros para la Universidad de Viena. Esas pinturas sobre la Filosofía, la Medicina y la Jurisprudencia dejaron en shock a quienes las había encargado. Klimt abandonó su camino habitual y descubrió un simbolismo casi surrealista.