Todos somos extraños

Lamentablemente, la última creación de Andrew Haigh, tuvo la desdicha de llegar a los cines en plena temporada de premios. De no ser así, hubiera recogido muchísimos más aplausos. La historia que plantea es un análisis tan duro como tierno de los sentimientos que albergamos sobre las muertes que afectaron nuestras existencias enteras. Mejor aún, es una renovación de estos. En un edificio vive un hombre gay, Adam (interpretado de manera sutil pero efectiva por Andrew Scott), aburrido y sin rumbo en la mediana edad. Es un guionista que lucha por comenzar un proyecto sobre su familia, pero que pasa la mayor parte del tiempo viendo televisión y merendando hasta altas horas de la noche. Un día —como también ocurrió en Weekend—, un encuentro fortuito acerca a Adam con un apuesto desconocido, Harry (un Paul Mescal desaliñado y atractivo), quien parece ser el único otro inquilino en este reluciente edificio nuevo. Mientras su coqueteo avanza hacia el sexo y el romance, Adam también se aventura en su pasado. Bastante