María, una migrante colombiana de 44 años de edad, tararea una canción mientras lava su ropa en una vecindad de Tuxtla Gutiérrez.
A la casa llegó hace dos semanas con su esposo, su hijo de 11 años de edad y su hija pre adolescente.
En un cuarto de dos por tres metros, ella y su familia esperan quedarse hasta que su solicitud para ingresar a Estados Unidos sea aprobada, lo cual puede ser en dos días o hasta un año.
“Pero tú sigue adelante. No te apartes. Nunca te apartes. El premio que te espera es grande. Sigue adelante, tú no seas cobarde”.
Primera prueba
Para muchos migrantes, Chiapas representa la primera prueba dentro de México y una realidad llena de incertidumbre. Ciudades fronterizas, como Tapachula, se han convertido en zonas de espera, donde miles de personas solicitan asilo o intentan regularizar su situación.
En Tuxtla Gutiérrez, donde hasta hace algunos meses no era tan frecuente la presencia de migrantes, ahora hay un fenómeno desbordado.
Debajo del puente de la Torre Chiapas, recientemente inaugurado, un grupo de aproximadamente 50 migrantes ha instalado un campamento. Es un ejemplo, pues hay otros puntos que han sido “tomados”.
Cuentan que cuando llegaron a la ciudad, a las 11 de la noche, Migración los “dejó sin ninguna orientación de a dónde ir, solo nos dijeron encuentren su suerte y busquen un sitio”…
Sus voces, sus historias
“Así fue que caminando llegamos hasta acá”, relata María Baudín, de 34 años, y proveniente de Yaracuy, Venezuela.
Geiner Alejandro Valdez Berrio, un joven de 18 años, cuenta que través de la aplicación CBP One se encuentra en espera de la solicitud autorizada para ingresar a Estados Unidos.
Agrega que la travesía inició en Caracas, Venezuela, junto con sus hermanas, papá y mamá.
“La cosa más fea, violencia, muerte, los indios es que hacen todo eso pues, roban a la gente, violan a mujeres y hombres, hacen muchas cosas”, cuenta sobre su paso por la llamada Selva del Darién, en Panamá.
Tras cruzar Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala “llegamos a Viva México, donde migración nos trae gratis hasta Tuxtla en un autobús, ahí también vienen chinos, haitianos y colombianos”.
En Tuxtla, Geiner trabaja como limpia parabrisas. Trata de distraerse jugando futbol en la cancha que se encuentra bajo el puente. Y comparte el tiempo con su familia, mientras piensa en llegar a Chicago como el destino final de este viaje.
Discriminación
En una de las banquetas, sentada junto a sus hijos está Karen Castillo, de 28 años, originaria de Carabobo, Venezuela. Tiene cinco días en Tuxtla.
“Yo vivía en Perú, salí de allá el nueve de septiembre, de ahí a Ecuador, luego a Colombia, y después a la región del Darién, terrible para salir de la selva”, agrega a las historias de miedo en esa zona.
“Cuando una señora que venía conmigo se metió a orinar a una de las carpas (casas de campaña) abandonadas en la selva, dentro habían dos mujeres muertas.
Cuando yo venía los indios también habían violado y matado a dos niñitas gemelas, estaban en una carpa, tenían como siete años, y en sus cuerpos yacía una nota que decía ‘perdón hijas por haberlas abandonado’, porque claro, uno no puede cargar con sus muertos”, relata.
A un lado de Karina, se encuentra Natasha Álvarez, madre soltera, y quien viaja sola con un bebé que apenas alcanza los dos años de edad.
“La situación es difícil porque uno duerme en cartones, los niños se enferman, a veces uno quisiera rentar porque el baño es necesario, pero en realidad no contamos con los recursos”, plática.
Indica que la condición de migrantes los vuelve vulnerables ante la discriminación. “Como no tenemos buena ropa, buena presencia, y todos los días salimos a buscar la manera de sustentarnos, una persona una vez en Soriana, nos dijo que no nos acercáramos a la caja y nos empujó”.
Por su parte, Blacmy Pere, de Carabobo, Venezuela, asiente que en los comercios aledaños a la zona les niegan el agua y el baño.
Eduarlys Lopéz, 25 años, de Cojedes, Venezuela, dijo que a veces han pasado hasta una hora caminando para encontrar un baño que les permitan usar.
Finalmente, Edward Rafael, de profesión músico, explica que la única forma de seguir avanzando es a través de las caravanas, “solo así, en grupos grandes, es la opción más viable para evitar que los cárteles se nos acerquen, porque no podrían con tres mil, cuatro mil personas…”