En este pueblo tzeltal de los Altos de Chiapas conocido como la capital de la alfarería, las manos de las mujeres y eventualmente de algunos varones, convierten el barro en obras de arte.
“Es una tradición antigua: nuestras madres y abuelitas nos enseñaron desde chiquitas a hacer figuras de animalitos para que las manos fueran aprendiendo a moldear el barro”, contó Rufina López López, una de las más destacadas artesanas de este municipio situado a 40 kilómetros de San Cristóbal de Las Casas.
Mientras cuenta cómo aprendió a moldear las figuras, Rufina, de 56 años de edad, desliza sus dedos y manos con paciencia y suavidad y con mucha destreza sobre un poco de barro da forma a un perrito.
“Toda la vida me he dedicado a este trabajo. De esto vivo. Fui a la escuela, pero sólo cursé el segundo grado de primaria porque murió mi mamá; aprendí un poco a leer, a escribir y hacer el trabajo de artesanías”, aseveró.
“Yo me dedico a la artesanía; a hacer jaguares, cántaros, pavo reales, palomas, perritos y otras figuras. Empecé a los 12 años de edad, cuando murió mi mamá”, agregó.
Relató que su esposo se dedica a la agricultura. “El saca el maíz del campo y yo hago trastes de alfarería. Ganamos para comprar azúcar, café y otros productos para la casa”.
Junto con decenas de mujeres, Rufina vende sus artesanías en uno de los paradores ubicados a la orilla de la carretera San Cristóbal-Comitán. “Casi todas las mujeres de nuestro pueblo nos dedicamos ahora a la alfarería”.
Ella es una de las pocas artesanas que fabrica jaguares de barro. “Eso es lo que más me gusta hacer porque es como el sueño que todos tenemos porque no es fácil”.
Hacer esta pieza le lleva un mes y medio y la vende en 2 mil 500 pesos, pero son pocas las que se venden al año.
“Primero vamos a sacar el barro aquí cerca, a dos kilómetros; lo ponemos al sol para que se seque, luego lo mojamos y traemos arena y lo mezclamos con una morraleta. Posteriormente ponemos leña de ocote grande y lo quemamos. Esto lo hago cada dos meses, cuando se juntan bastantes figuras”.
Vestida con su ropa tradicional, López López dijo que “hace 50 años sólo eran cinco alfareras, entre ellas Juliana Bautista Gómez, quien se organizó con mi difunta mamá Petrona López bautista, con Francisca Bautista y Camela León y trabajaban con algunas personas de fuera para vender sus artesanías. Hacían tinajas grandes. No se vendía mucho y por eso las llevaban a vender a México y a Tuxtla Gutiérrez”.
Juliana, quien según Rufina murió hace unos diez años, incluso viajó hace algunas décadas a Nueva York, Estados Unidos, para exponer sus trabajos. “Era muy buena alfarera. Hacía bonitos trastes”.
Recordó que “cuando ellas empezaron hacían puras tinajas, cántaros, macetas, pichanchas, toritos grandes, jaguares”.
Aseguró que las mujeres de este pueblo “estamos contentas siempre haciendo figuras de barro; nos da gusto hacer los trastes y venderlos; yo disfruto hacerlas con mis manos, moldearlas. Me gusta mucho. A algunas no les gusta mucho. Además, algo es la ganancia que ganamos. Es mejor que hacer tortillas; me gusta más, aunque también hago tortillas y luego las figuras”.
Subrayó: “Cuando estoy haciendo las figuras con el barro está contento mi corazón. Cuesta un poco, pero qué vamos a hacer”.
Concluyó: “Sí, aquí es como la capital de la alfarería. Aquí somos alfareras desde niñas. Vamos a la escuela y al mismo tiempo nuestras madres y abuelas nos van enseñando cómo moldear el barro para ganarnos la vida”.