“A principios de diciembre de 1542, en la colina del Tepeyac, cerca a la Ciudad de México, sitio previamente dedicado al culto de una diosa azteca, la Virgen de Guadalupe se apareció portando rosas en invierno y escogiendo a un cargador indígena, Juan Diego, como objeto de su amor y reconocimiento”, reza uno de los párrafos del ensayo El Espejo Enterrado, del escritor fallecido Carlos Fuentes Macías.
Lo anterior es un pequeño fragmento de uno de los ensayos mejor escritos en lengua hispana, donde su autor consideró que dicha virgen fue un golpe maestro por las autoridades españolas de la Conquista, ya que transformaron al pueblo indígena de los hijos sufridos en hijos de la virgen purísima.
Como cada 12 de diciembre de cada año, desde tiempos incalculables, miles de feligreses salen a las calles, caminos y carreteras de México a ofrendar su devoción y fe la Virgen de Guadalupe, manifestaciones proyectadas comúnmente en peregrinaciones.
Es tal vez la figura católica más reverenciada por los mexicanos de todo el abanico de santos que existen, incluso, el 12 de diciembre forma parte de los días más esperados dentro del calendario de festejos, ritos y costumbres del país.
En esta tradición convergen indígenas, mestizos, mujeres, hombres, niños, comerciantes, empresarios, transportistas, burócratas y todo aquel que tenga una imagen de la virgen dentro de su hogar.
Las iglesias, donde la virgen es la santa patrona, y sus alrededores se vuelcan en una algarabía que más se asemeja a una feria, la morada deja de ser un recinto católico y se trasluce a un hogar perteneciente a todos los mexicanos, tanto para ricos y pobres.
Los rostros ennegrecidos de los peregrinos forman parte de los escenarios urbanos, los globos coloridos y las sórdidas alarmas de los motorizados se han integrado a la fiesta a partir de la época contemporánea.
Algunos intelectuales del país, entre ellos Carlos Fuentes, profundizaron sobre las raíces de los elementos mexicanos más conocidos a en todo el orbe, en el caso de esta virgen, el escritor mexicano considera que su creación obedece a le necesidad de un parentesco hacia una madre, por aquella población indígena recién conquistada.
“Muchos mestizos jamás conocieron a sus padres. Solo conocieron a sus madres indígenas amantes de los españoles. Ello no alivió la sensación de orfandad que muchos hijos de españoles y mujeres indígenas seguramente sintieron”, continúa el texto de Fuentes Macías.
Cabe señalar que durante la Conquista los pueblos originarios fueron saqueados, fueron abandonados, los templos precolombinos destruidos, las casas arrasadas, la economía indígena fue devastada por la minería y la encomienda, la cultura fue aniquilada.
“Además de un sentimiento casi paralizante de asombro, de maravilla ante lo que ocurría, obligaba a los indígenas a preguntar ¿dónde hallar esperanza? Era difícil encontrar siquiera un destello en el largo túnel que el mundo indígena parecía recorre”, señala el texto.
Es así que el segundo virrey y primer arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, en 1542, halló una solución duradera, brindarle una madre a los huérfanos del nuevo mundo.
Sea cual sea el caso exacto, lo que es seguro es que México es un país doblemente creyente, es católico y a la vez guadalupano, la fe en la Virgen de Guadalupe hace que familias enteras se unan cada 12 de diciembre com si se tratase de noche buena.
A pesar de que en Chiapas poco más del 40% es católico, cada año las calles y carreteras cobran vida a través de la marcha y antorcha de los miles peregrinos, que ofrecen su andar kilométrico como sacrifico a la madre de quienes fueron los nuevos mexicanos.