La voz de tres mujeres, cuyas idealizaciones acaban de resquebrajarse, se escucha en Trilogía del querer querer, obra dirigida, traducida y musicalizada por Otto Minera e interpretada por Leilani Ramírez. Sus respectivos dramas coinciden en algo: la confrontación, en medio de un pequeño momento de conciencia, entre el amor romántico y la realidad, explica Minera: “En términos del amor romántico, ese queremos querer puede ser el primer paso para entrar en complicaciones. La idea es que el amor nos ciega y no sabemos hacia dónde vamos”.

Un novio que tuve y Amor a los veinte, de Neil Labute, y Aguacero, de José Rivera, son los monólogos del tríptico y a los que Minera describe como “instrumentos teatrales potentes, complejos, profundos y retadores. Son retos que vale la pena enfrentar”.

Un preámbulo breve, “Circa 1824”, creado por Minera, antecede la trilogía. Dos minutos, cuenta, que transcurren en el tiempo efervescente del Romanticismo y en los que una mujer joven, la Condesita Rusa, entra a escena, desesperada, con la intención de suicidarse tras leer una carta: “No sabemos qué le dijeron, quizá alguien se despidió de ella”. Al final, la Condesita no se mata, pero deja en el aire el anhelo de que las cosas sean mejores dentro de 200 años, futuro lejano que es el presente. “En los monólogos comprobamos, tristemente, que las cosas no son distintas hoy; que una mujer puede seguir atrapada en este vértigo”, abunda.

El primer monólogo, Un novio que tuve, cuenta la historia de una mujer que ve, desde su carro, a un exnovio. Esta vieja historia de amor es relatada por ella y un detalle turbio, la presencia de una mujer que murió en un accidente altera la dimensión de los hechos. “Hay cierta especulación detrás. No se sabe si fue un accidente en el que perdió el control del carro o se trató de una decisión deliberada”, explica Minera.

Amor a los veinte, la segunda historia, se centra en una jovencita que ama a su maestro, un hombre mayor: “Está enamoradísima, es casi un cliché. Ella le cree cuando dice que abandonará a su esposa hasta que, por accidente, él le envía un mensaje erótico y a la jovencita se le revela que todo ha sido una mentira”.

En Aguacero, cuyo título original es Llamada bajo la lluvia, una mujer deja un mensaje en la contestadora telefónica del hombre que amó y con el que vivió, quizá, un par de años: “Ella entiende y se convence de que él, en realidad, no la quiere; ella comprende que él habla, habla y solo la envuelve. El monólogo sucede en el momento exacto cuando ella deja la casa donde vivían: se lleva sus cosas, su ropa, sus libros y no le deja ninguna nota que explique la decisión. Pero en la calle decide hablarle por teléfono para dejar un último mensaje de voz”.

“Quién sabe qué va a pasar después de este instante. Quizá las tres vuelvan a perder la cabeza y enamorarse; quizá presten un poco más de atención o quizá sean incapaces de hacerlo. Pero este instante es una especie de aviso antes de que las cosas se pongan mal”, concluye Otto Minera.