Gritos de muerte y libertad

En el año 2010, tras quince años de ausencia de historia en formatos ficcionales en las pantallas de Televisa, el área de noticieros de la televisora lanzó Gritos de muerte y libertad, como parte de su campaña para celebrar el bicentenario de la guerra por la independencia nacional eligieron el formato de miniserie para narrar el pasado.

En trece capítulos de 22 minutos, lograron articular una narrativa que va de 1808 a 1824. El producto resultante se transmitió a partir del 30 de agosto de ese año, culminando precisamente el 16 de septiembre, día en que se festejó el Bicentenario. En parte por la idea de que los medios narran a través del individuo, pero también por la sugerencia de la producción de la serie de que la idea central fue la de “humanizar” a los personajes. Los capítulos se estructuran en dos órdenes: la revisión historiográfica (escrita y visual) de los héroes y su relación con las formas de presentarlos en la miniserie.

La producción, que corrió a cargo de Bernardo y Leopoldo Gómez, fue realizada en alta definición con equipo de cine y audio 5.1, con episodios de 25 minutos de duración bajo la dirección de Mafer Suárez y Gerardo Tort. La producción contó con la colaboración de destacados historiadores, como Javier García Diego, presidente del Colegio de México, Enrique Florescano, Rafael Rojas y Héctor Aguilar Camín. Y con reconocidos guionistas como Caitlin María Irwing, Catalina Aguilar Mastreta, Luis Mario Moncada y Carlos Pascual. En la asesoría en guiones se encuentran los historiadores Úrsula Camba, Juan Ortiz Escamilla y Alfredo Ávila. Juan Manuel Ortega Riquelme y Yolanda Ocampo fueron los productores generales.

Gritos de muerte y libertad dio un giro hacia una especie de “revisionismo historiográfico” cuando decidió comenzar su narración con la crisis política en el Virreinato de la Nueva España, desatada en 1808 con la invasión de Napoleón a la península. Más allá de lo ajustado del relato a una u otra corriente historiográfica, lo trascendente en este caso es que el primer capítulo, “El primer sueño: 1808”, marca el inicio de la puesta en escena de los actores, colectivos e individuales, del proceso representado.

Frases como “los peninsulares terminan violentamente con toda posibilidad de un nuevo gobierno”, “el planteamiento de autonomía implica un cambio en el orden establecido y una amenaza a los privilegios de los españoles” o “la reafirmación del poder de los españoles peninsulares daba por terminado este primer sueño de autonomía. Sin embargo, esta idea habría de ser retomada y redefinida por los criollos una y otra vez, hasta convertirse en el movimiento de independencia”, establecen el tono de confrontación maniquea a la que la historiografía nacionalista ha tenido acostumbrada a la audiencia.

Más allá de los aportes del revisionismo del tardío siglo XX, hay una cuestión esencial sobre la que habría que reflexionar a partir de la historiografía nacionalista liberal. Esto tiene que ver con la manera en que fuera posible incorporar a esas masas populares en la narrativa. La mayoría de quienes desde los inicios de la guerra comenzaron a relatarla, veía con horror la violencia desatada por los seguidores de las élites. Y así lo siguió manifestando buena parte de los historiadores.

De ello se desprende la imposibilidad de integrar a las masas a la trama, hacerlo hubiera supuesto poner en cuestión la fundación propia de una nación que se veía liberal y republicana. Pretende ser un reflejo tan fiel como se puede de la historia, de los personajes y de los momentos. Trata de presentar a los héroes no como los vemos en las estampitas, sino de carne y hueso, con sus fortalezas, sus debilidades, sus aciertos y sus errores, sus momentos de duda, sus grandes decisiones que cambiaron el curso de la historia. Gritos de muerte y libertad es una serie que por su calidad y contenidos pasará a la historia de la televisión mexicana.