Hotel Rwanda

Es una película cuyo visionado es absolutamente necesario. La cinta puede emocionar, impactar, indignar, sobrecoger e, incluso, aburrir, pero seguro que no deja indiferente. Uno no puede evitar, tras la proyección, sentirse en una posición incómoda de vergüenza y entristece a la vez.

Hotel Rwanda nos recuerda que fuimos nosotros, ciudadanos pasivos, los que no hicimos nada ante uno de los genocidios más grandes que recuerda la humanidad. Como sucede en todos los ámbitos de la vida, también existen conflictos mediáticos que son capaces de centrar nuestra atención. Y es que, ¿qué nos puede importar a nosotros una guerra en un lugar remoto de África en el que, además, ni siquiera podemos culpabilizar a los Estados Unidos?

En este sentido, la cinta se muestra como un espejo deformado en nuestra realidad: detrás nosotros permanecemos cómodamente sentados en la paz de nuestros hogares, un hombre como Paul Rusesabagina es capaz de hacer llegar su propia vida por salvar a unos conciudadanos.

El irlandés Terry George, discípulo aventajado de Jim Sheridan, con quien lo escribió En el nombre del padre y director de En el nombre del hijo, es una persona conoce bien la violencia y los efectos colaterales que esta causa; no en vano George vivió en la violenta y convulsa Irlanda de finales de los años 80. Lo que el realizador hace con la película es recordarnos que si eres negro, pobre y vives en un lugar que nadie conoce, no esperes que la comunidad internacional se movilice o que la televisión te presta atención.

Para potenciar esta idea, el director, al hablar de los personajes extranjeros, se centra en tres figuras: un impotente coronel Oliver y anteponer las órdenes a su percepción real del conflicto, una voluntariosa e inoperante miembro de la Cruz Roja o la figura de un periodista norteamericano es incapaz de lograr que los sucesos tengan mayor repercusión: tanto el ejército como la prensa las subvenciones gubernamentales, saben lo que ahí se está cociendo y no saben o no pueden hacer nada más para evitarlo. La vergüenza y el sentimiento de culpa de todos ellos es la sensación que nos queda nosotros como espectadores.

Tal vez esta vertiente humana, la capacidad de la cinta para conmovernos hasta extremos inimaginables, es lo que le proporciona tanto activo y lo que hace que, de alguna manera, ser difícil valorar la función de criterios estrictamente cinematográficos. Hay films que, como este, son necesarios, por lo que sus cualidades artísticas pasan a un segundo plano. Ello, empero, no es óbice para reconocer que la cinta está bien construida, realizada con un ritmo adecuado y una sala con emoción y pulso firme. La hermosa fotografía de Robert Fraisse y la música de Andre Guerra ayudan a lograr esa sensación de armonía que lograr todo el conjunto. Por supuesto, las magistrales interpretaciones de todo el reparto ayudan a otorgar empaque a un filme que, si bien se fundamenta precisamente en ellos, no olvida ofrecernos unos personajes interesantes y profundamente humanos.

A la cinta se le puede achacar un exceso de sensiblería en algunos pasajes, así como cierta tendencia al maniqueísmo y ofrecer personajes secundarios excesivamente planos. Terry George no es un virtuoso de la cámara, pero sí un buen narrador, un hombre concienciado con lo que cuenta, que creen en el poder del cine para crear un estado de opinión y para despertar la conciencia de los espectadores. Esto se ve claramente en la renuncia del director a mostrar la violencia de una forma descarnada y, de esta manera, llegar a una cantidad mayor de público.

Tras un rodaje bastante intenso de más de tres meses que se llevó a cabo entre Ruanda y Sudáfrica, la película estaba lista para ser estrenada en todo el mundo. Con un presupuesto de 30 millones de dólares, la película solo funcionó moderadamente bien. Una historia dramática sobre una tragedia que asoló a un país sobre el que los medios no prestaron excesiva atención, no partía con todas las ventajas para hacerse con el corazón de los espectadores: a pesar de los numerosos premios y nominaciones con los que contó, lo cierto es que su carrera comercial no acabó de despegar.

Sus tres nominaciones al Óscar ayudaron a que la cinta fuera algo más conocida en los circuitos internacionales. Por otro lado, la crítica tampoco ha sido excesivamente benévola con el filme. Para los críticos, es una cinta sensiblera que no es capaz de centrarse en el verdadero drama que sufrieron los ciudadanos ruandeses durante esos fatídicos días.