La de Kathrine Switzer es una fotografía de antología. Era 19 de abril de 1967 y, recién iniciado el maratón de Boston, el organizador Jock Semple no solo corría detrás de ella, sino que prácticamente la jalaba de un brazo exigiéndole que regresara los números identificativos y abandonara la competencia.

Eran tiempos en que, aunque no era regla oficial, a las mujeres no se les permitía correr los 42 kilómetros y 195 metros de la justa deportiva, bajo el pensamiento de que no podrían concluirlo y que además podría generarles problemas físicos, como la caída del útero. “Hay cosas que ocurrían y que no nos pasan por la cabeza, porque ahora vemos maratones en prácticamente en todo el mundo con hombres y mujeres”, reflexiona el cineasta Alejandro Strauss.

Hace cinco años comenzó un documental en torno a corredoras del orbe. La idea inicial de los productores era hacer un trabajo sobre la organización del maratón, pero mutó a retratar las emociones de los atletas que lo viven y resultó que las mejores eran sobre mujeres.

Así nació 42,195, largometraje en el que siguió a corredoras de élite de Kenya y Japón; a la valenciana Natacha López, que aprovechó el deporte para luchar contra el cáncer de mama; a la rarámuri Verónica Palma, y a una joven primeriza.