Después del estruendoso estreno de Monstruo: La vida de Jeffrey Dahmer que le dio a Evan Peters uno de los mejores papeles de su carrera interpretativa retratando a un asesino despiadado, cruel y retorcido, le toca el turno a la segunda entrega de esta antología inspirada en crímenes reales creada por Ryan Murphy.
Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez es radicalmente distinta en la medida en que retrata un crimen que se aleja por completo de los de Dahmer. Es distinto el “qué” pero también el “cómo”.
Lejos de la apuesta por la oscuridad y la sordidez, estamos ahora ante una serie mucho más ligera y luminosa que nos adentra en el terreno de la especulación. Sabemos a ciencia cierta que Lyle y Erik asesinaron a sus padres puesto que lo confesaron, pero nunca termina de quedar claro si fue por miedo, avaricia o una mezcla de ambas cosas.
La serie juega con los espectadores para presentarles diversas conjeturas sobre lo que pudo pasarles antes de tomar la decisión de plantarse frente a ellos con escopetas y acribillarlos sin posibilidad alguna de defenderse. Aborda asimismo los aspectos más truculentos de su caso, como la acusación de abusos sexuales a sus padres que se esgrimió como móvil para una suerte de “asesinato en defensa propia” que les sirvió para ganar tiempo y sortear una sentencia dura en su primer juicio.
Pero la serie también tiene la audacia de estar muy bien ambientada en unos tiempos que al comienzo soplaron a su favor y luego radicalmente en contra por el escándalo de O.J. Simpson y el hecho de que consiguiera salir de rositas de su situación.
Chloë Sevigny y Javier Bardem interpretan a unos padres a los que se muestra de maneras muy distintas según a quién se le pregunte: como bestias abusadoras y agresivas o como amantes padres obsesionados con hacer de sus hijos hombres de éxito.
No hay personaje más ambiguo, de hecho, que Jose Menendez, el americanocubano cabeza de familia hecho a sí mismo, emprendedor, exigente y controlador cuya relación con sus hijos nunca llegamos a comprender al completo. De facto, Lyle y Erik liquidaron de 14 disparos a las únicas personas que podían confirmar o desmentir la acusación.
Resulta brillante el paralelismo que se establece entre los hermanos y el dúo Milli Vanilli, que pasaron del estrellato a la degradación pública de forma similar aunque en el plano artístico, pero se siente desaprovechado el talento de Bardem porque poco o nada se habla de los negocios de su personaje, que alcanzaron a ser muy jugosos en la industria musical.
Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez diserta sobre temas como la culpabilidad y el castigo en función del delito cometido y el pasado de los asesinos.
Comprender el por qué se comete un crimen no lo justifica. Para eso se vale del pulso entre dos personajes secundarios esenciales interpretados por Nathan Lane y Leslie Grossman cuyos lances y debates son mucho más interesantes que las recreaciones de los hechos.
Hay un punto de inflexión en el quinto episodio, con la detallada confesión de Erik rodada en un único plano que pone los pelos de punta (y corona a Cooper Koch) pero durante buena parte del metraje, que alcanza los 9 episodios y las mismas horas de visionado, la serie da muchas vueltas sobre sí misma llegando a ser confusa y sobre todo generando impotencia ante personajes incomprensibles.
Quizás el mayor pecado de Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez es la falta de humanidad. Es algo que suena quizás paradójico en una serie que muestra, como su título apunta, monstruos pero es la sensación que queda: no te da la posibilidad de empatizar con ningún personaje y por tanto te deja en un limbo moral de lo más incómodo.
El juego de contrastes da escalofríos: tenemos a hombres que se comportan como niños; privilegiados en Beverly Hills que lo tienen todo, pero más que nada una existencia vacía basada en las apariencias y los castillos en el aire. Que eso derivara en un doble asesinato sangriento a más no poder es, como decíamos, incomprensible.