Nadie quiere esto

Una comedia romántica muy pero muy old school, Nadie quiere esto funciona como una mezcla de rutinas tradicionales de la comedia televisiva que existen, bueno, desde que existen las comedias, con algunos elementos un poco más actuales, colocados allí para darle una pátina de contemporaneidad a un tipo de humor sencillo y a veces efectivo que existe desde el principio de los tiempos. Es que, más allá de ser un show con una protagonista que tiene un podcast sobre complicadas relaciones sexo afectivas, cambiándole apenas unas comas de lugar, esta comedia bien podría haberse hecho en el siglo XIX.

La frase, en realidad, aplica bien para una relación romántica que no le viene bien a nadie. Es la que surge entre Joanne y Noah (Adam Brody, de THE O.C.), un rabino que se acaba de separar de su novia y al que conoce, en una situación confusa, en una cena con amigos. La supuesta incomodidad de la pareja está dada por el hecho, un tanto arcaico en los términos actuales en los que la serie existe, en que él, obviamente, es un judío practicante y ella jamás escuchó en su vida la palabra shabbat. Y la supuesta tensión entre el mundo familiar y cerrado de él con el más convencionalmente wasp de Joanne será el que pondrá trabas al asunto todo el tiempo.

Es que Noah puede ser amable, moderno y ser considerado un rabino hot por las mujeres del templo, pero su familia no puede entender cómo dejó a su novia, una buena chica judía, por (y uso acá los términos de la serie) una shikse, que es una manera entre vulgar y ofensiva de llamar a una chica no judía, entre otras opciones, una peor que otra. En un catálogo de estereotipos judaicos que serían ofensivos de no estar muy jugados hacia la comedia pura y exagerados para lograr algún efecto gracioso, la familia de Noah es una pesadilla hecha realidad. Y una que solo existe en la imaginación de los guionistas, al menos en el tipo de ambiente en el que estas personas se mueven.

Y lo mismo sucede, desde el otro costado, con Joanne, cuyos padres están separados y en sus propios trips, su madre les habla de sexo y drogas y, así como en la familia judía todos quieren casarse y tener hijos antes de llegar a los 18, acá cualquier cosa parecida a un compromiso afectivo suena a desastre en puerta. Y si bien esos lugares comunes pueden tener su base en algo ligeramente real, ya dejó de ser así a mediados del siglo pasado. Salvo, insisto, en comunidades religiosas ortodoxas, pero este no es uno de esos casos.

A las oposiciones bobas del tipo familiar que plantea la serie, la guionista Erin Foster (hija del compositor David Foster y, sí, casada ella con un rabino, situación que inspiró el show) le agrega algo más de creatividad e ingenio a la relación de pareja en sí, fuera de los ámbitos familiares o de amistades en las que ambos se mueven (las amigas de ella son otro compendio de estereotipos). Gracias especialmente al carisma de Bell y Brody, dos veteranos de la comedia televisiva, Nadie quiere esto logra ser simpática, tiene algunos momentos muy graciosos y hasta resuelve bastante bien alguna que otra situación de humor físico, algo que se les da muy bien a ambos protagonistas.

Un elenco de buenos actores secundarios (incluyendo a Timothy Simons, Jackie Tohn, Paul Ben-Victor, Sherry Cola y el gran Stephen Tobolowsky), además de una masiva convocatoria de un agente de casting a los teatros judíos de California para todo aquel que quiera actuar en un templo o ir a un campamento, hacen que las zonas más embarazosas de la serie sean más tolerables de lo que serían en una obra de teatro idishe de los años 50. Pero es difícil escaparle a tanto cliché sin sentir un poco de irritación aquí o allá. Es el carisma de los protagonistas y la calidez de la historia de amor que viven entre ellos los que logran que la comedia sobreviva a tanto estereotipo junto.

Kristen Bell y Adam Brody: el dúo perfecto

El éxito de Nadie quiere esto radica, en gran parte, en la naturalidad y el carisma de sus protagonistas. Kristen Bell y Adam Brody son rostros conocidos para los espectadores, especialmente los de la generación millennial, gracias a sus icónicos papeles en series como Veronica Mars y The OC, respectivamente. Su presencia aporta un toque nostálgico que se combina con la frescura de la historia, logrando enganchar tanto a quienes los conocen de antaño como a nuevos espectadores.

Historia real

La historia que se narra en esta serie está influenciada por las vivencias de Foster, la creadora. “Esta serie se basa en la única buena decisión que he tomado: enamorarme de un buen chico judío. Pero me di cuenta de que ser feliz es mucho más difícil que ser miserable, no hay nada de qué quejarse. Así que creé esta serie basándome en todas las formas en que encontrar a la persona adecuada puede ser tan difícil“, explicó.

Un componente importante de la relación entre Joanne y Noah, y que así fue para Foster en la vida real, es el judaísmo de Noah. Por eso, Foster advierte: “La serie no está haciendo ninguna declaración política porque yo no soy la persona para hacer esa declaración. No crecí siendo judía, me convertí de adulta. Quería contar una historia judía, pero desde la perspectiva de alguien que eligió el judaísmo”.

La serie no da pie al aburrimiento, por más que ofrezca algo que no es estrictamente nuevo: hay muchos otros productos televisivos similares. Eso sí, aquí los guiones tienen cierto puntito de sátira que le hace bien a la ficción. Los personajes son imperfectos, van pisando charcos y metiéndose en pequeños líos que los humanizan y hacen creíbles.

Para los amantes del género, desde luego, puede convertirse en su nueva adicción: se ve con extrema facilidad, no empalaga en exceso y es tan simpática como para llenar un par de tardes... Más que suficiente para lograr un aprobado. Y ya si le echa arrojo en una segunda entrega profundizando en los temas que de primeras solo tantea, lo mismo se encarama al notable.

Con diez capítulos de media hora, su primera temporada es perfecta para una maratón fin de semana que, sin embargo, probablemente te dejará con ganas de más. De hecho, su estreno ha cosechado un éxito tan rotundo en Netflix que, cuatro días después del estreno, ya se habla de una segunda temporada, algo que la plataforma todavía debe confirmar.