La producción de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE), apoyada por el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), entrelaza la vida cotidiana y la historia imperial del pueblo mexica, el último en aparecer en la Cuenca de México (alrededor de 1300 d. C.), encontrándose que las mejores tierras de la región habían sido ocupadas por los pueblos chichimecas, seguidores de Xólotl.
La Secretaría de Cultura del gobierno de México, mediante los testimonios de especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), contribuyó a armar este relato que pone énfasis en la resiliencia de una cultura eminentemente bélica, de ahí que inicie con uno de los versos de los Cantares mexicanos: “Orgullosa de sí misma/ se levanta la ciudad de México-Tenochtitlán/ aquí nadie teme la muerte en la guerra/ esta es nuestra gloria, este es tu mandato”.
El director del documental, Luis Fernando Gallardo León (Ciudad de México, 1975), quien dos años antes produjo La conquista de Tenochtitlán: un nuevo relato, se centra en la vida de una metrópolis que creció gracias al aprovechamiento del sistema chinampero, así como a la construcción de calzadas hacia los cuatro rumbos y de acueductos, que permitieron separar las aguas dulces de las salobres del lago.
La supervisión de Tenochtitlán: ciudad viva corrió a cargo del socio de la SMGE, Ismael Arturo Montero García, y se nutre con entrevistas a los arqueólogos Bertina Olmedo Vera, María de Lourdes López Camacho, Beatriz Zúñiga Bárcenas y Emiliano Melgar Tísoc y al etnohistoriador Eduardo Corona Sánchez, adscritos al INAH.
Asimismo, participan el presidente la SMGE, Hugo Castro Aranda; María Teresa Rojas Rabiela, investigadora nacional emérita y profesora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; el director del Museo del Fuego Nuevo, Uriel González Benítez; Andrés Aranda Cruzalta, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y activistas en la defensa del patrimonio biocultural de Xochimilco como Félix Venancio González.
Todos ellos responden cuestionamientos que ayudan a comprender cómo era un día en la vida de Tenochtitlán: qué vestían y comían sus ciudadanos, cómo resolvían sus servicios públicos, qué tipo de enseñanza se impartía en el Calmécac y el Tepochcalli, cuáles eran los productos que se comercializaban en el mercado de Tlatelolco, qué tributaban los pueblos sometidos a la Triple Alianza (integrada por Tenochtitlán, Tacuba y Texcoco) y qué edificios integraban su recinto sagrado, por mencionar algunos aspectos.
Las recreaciones 3D permiten al espectador viajar a las entrañas del Templo Mayor (una pirámide doble dedicada a la adoración de Huitzilopochtli y de Tláloc, las principales deidades de los tenochcas), remar en los canales de la ciudad (flanqueados por ahuehuetes) o asistir al Huizachtépetl (Cerro de la Estrella, en Iztapalapa), donde cada 52 años tenía lugar la ceremonia del Fuego Nuevo, el Xiuhmolpilli (atadura de años), que significaba el final de un ciclo y el inicio de otro, con el surgimiento del sol y el renacimiento del mundo.
Tenochtitlán: ciudad viva concluye en 1519, en el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, cuando sus pobladores ni siquiera imaginaban el arribo de las huestes de Hernán Cortés y, mucho menos, la destrucción de su ciudad, cuya fama y gloria —como se menciona en Memorial breve acerca de la fundación de la ciudad de Culhuacan— no acabarán en tanto permanezca el mundo.