La depreciación que está experimentando el peso frente al dólar especialmente desde las pasadas elecciones, si bien por el momento se percibe como un abandono de la condición extraordinaria de la primera mitad del año conocida como “superpeso” y un retorno a los niveles de principios de sexenio, no puede pasar inadvertida debido a que la volatilidad y la incertidumbre que está ampliando el margen de depreciación tiene efectos directos sobre la formación de precios, especialmente los de origen importado, lo que impedirá que la inflación retome el curso hacia el objetivo buscado por la autoridad monetaria.

Luego de que en 2023 el peso se ubicara como la segunda moneda más apreciada de acuerdo con el seguimiento de Bloomberg a las monedas emergentes, en lo que va de 2024 nuestra moneda ha dado un giro de 180 grados, ubicándose como la más depreciada, con una variación negativa acumulada (al 5 de septiembre) de 18.08 % respecto al dólar, seguida por el peso argentino, que se ha depreciado 17.77 % en los mismos términos. Las siguientes divisas en el ranking son el real brasileño y la lira turca, con 15.64 y 14.99 % de variación, respectivamente.

Cabe señalar que la volatilidad en el mercado cambiario no es producto directo de factores externos, sino más bien de internos. En el caso del real brasileño y la lira turca, la reducción en sus tasas de referencia de política monetaria ha influido directamente en la depreciación acumulada. Sin embargo, en los casos del peso mexicano y el argentino, la inestabilidad política interna ha jugado un papel más preponderante en la depreciación de ambas monedas. En nuestro caso los resultados de las elecciones han generado incertidumbre en los mercados y a medida que se eleva la preocupación y la desconfianza respecto de los alcances de las afectaciones al Estado de derecho que implican la aprobación de las modificaciones a la Constitución, la pérdida de fortaleza del peso frente al dólar se irá acentuando y ampliándose la depreciación acumulada.

Ahora bien, la depreciación del peso frente al dólar tiene una relación directa con el aumento de los precios internos debido a la transmisión de los bienes importados. La economía mexicana, una de las más abiertas en el mundo, ha mostrado estructuralmente una alta dependencia de las importaciones de bienes de capital, materias primas y bienes finales. Así mismo, como exportadora es tomadora de precios especialmente de commodities e insumos como el petróleo, lo que la pone en situación vulnerable ante los choques externos y la variación en la cotización del tipo de cambio.

Aun cuando el efecto del traspaso de la depreciación de la moneda a los precios no es inmediato —básicamente por el nivel de inventario existente—, la presión sobre los precios y la inflación se hará sentir de manera rápida, los productos agrícolas, los energéticos, materias primas como el acero y el cobre, son solo ejemplos de componentes que presionarán el alza de los precios a partir del aumento del tipo de cambio.

El panorama de los siguientes meses caracterizado por un tipo de cambio al alza, inflación resiliente que parece que permanecerá por arriba de 5 % y la tasa de interés, que seguirá siendo alta, plantean un futuro preocupante de inestabilidad e incertidumbre para la toma de decisiones.

En este contexto, el reto del nuevo gobierno es grande, la política económica sigue perdiendo margen de maniobra y se vuelve imperativo que se tomen medidas de más amplio espectro para estabilizar el mercado cambiario, pero especialmente para regresar la certidumbre e incrementar la confianza de los agentes económicos y los sectores productivos, que deberán actuar con cautela. La inflación se puede volver a desbordar y ante los bajos niveles de crecimiento, una crisis de inicio de sexenio podría materializarse.