Tengo recuerdos gratos de Nuevo Laredo. En esa ciudad di algunas de mis primeras conferencias invitado por alumnos de la Escuela de Leyes de Saltillo, tamaulipecos muchos de ellos. Me llevaban después de la peroración “al otro lado”. Felices tiempos esos: cruzaba yo la frontera sin mostrar otro documento que mi credencial de profesor. Al paso de los años iba yo a Laredo, Texas, con la amada eterna. En el Mall del Norte solíamos comer en un restorán que estaba en el mismo centro comercial. Sucedió una vez que no había ahí ni un chile, ni una salsa picante, ni siquiera una botella de Tabasco. Escribí una columna en la cual me quejaba en broma de esa carencia que me impidió dar sabor nuestro a mi comida, y puse traviesamente una lista, por orden alfabético, con los nombres de 50 clases de chiles que bien habrían podido estar en el establecimiento. Aprendí entonces que así como el sembrador no sabe cuál será el destino de la semilla que da a la tierra, quien escribe en los papeles públicos ignora el efecto que sus palabras causarán. Una excelente reportera del periódico San Antonio Light, Carmina Danini, vio en la falta de chiles en ese restorán un viso de discriminación contra los mexicanos, y su artículo causó tal conmoción que el gerente fue despedido, y yo recibí por parte de los dueños de la franquicia una sentida carta de disculpa. Ya se ve que no es cierto eso de que a las palabras se las lleva el viento. ¿Se llevó acaso las del Padre Nuestro? ¿Las que en Gettysburg pronunció Lincoln? ¿Las de Martin Luther King en Washington? Pero advierto que ando otra vez por los cerros de Úbeda, uno de los parajes que visito con mayor frecuencia. A lo que voy es a decir -y esto no es propaganda comercial- que considero que donde hay un Oxxo hay civilización. No desconozco las críticas que se hacen a esas tiendas de conveniencia, ni dejo de tomar en cuenta que desplazaron a los pequeños comercios de barrio, aquellos de nombres tan emblemáticos como “Las quince letras”, “La Reforma” o “Detto Duay”. Pero hoy por hoy no podemos imaginar la fisonomía urbana de cualquier ciudad en México sin la presencia de un Oxxo, cuya ubicuidad es prueba de su utilidad. El hecho de que esa cadena haya decidido cerrar sus casi doscientas tiendas en Nuevo Laredo es prueba indubitable del fracaso de la aberrante política de “abrazos, no balazos” en el trato con la delincuencia. El asesinato en Matamoros del dirigente de la Federación Estatal de Cámaras de Comercio muestra el poder del crimen organizado sobre el gobierno desorganizado. Este pasado lunes los transportistas -traileros- interrumpieron el tránsito entre Saltillo y Monterrey como protesta por las extorsiones de que son víctima no sólo por parte de los delincuentes que les cobran derecho de paso, sino también de elementos policíacos supuestamente encargados de darles protección. El sexenio de AMLO está llegando a su final entre ineptitud, autoritarismo desbocado y sangre. ¿Seguirá López ejerciendo su nocivo y omnímodo poder? Sólo Claudia Sheinbaum tiene la respuesta. Candidito, joven varón sin ciencia de la vida, contrajo matrimonio con Evina, que tenía bastante mundo recorrido. A los cinco meses exactos del casorio la desposada dio a luz un robusto bebé que pesó cuatro kilos al nacer. Con explicable recelo Candidito le dijo a la orgullosa madre: “Yo entendía que los bebés nacen a los nueve meses”. Sin turbarse respondió ella: “Ignoraba ese detalle, pero te prometo que con los próximos bebes así será”. La pequeña Rosilita se quejó con su mami: “Ya no voy a jugar con mi prima a la casita. Ella quiere quedarse con todo los clientes”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre.
Este abanico de carey y encaje perteneció a Paquita Dávila y Valdés, que nació, vivió y murió en la Hacienda de Ábrego.
Yo la imagino, joven y agraciada según muestra su retrato, usando con maestría femenil ese abanico para expresar sus sentimientos ante los galanes que la cortejaban. Si lo cerraba, eso mostraba negativa. Si lo abría, aceptación. Si lo agitaba con rapidez, enojo. Si se lo llevaba a los labios expresaba amor.
Jamás casó Paquita. Tan exigente fue para escoger marido que al final a ninguno escogió. Los años la sacaron de la corriente de la vida. Sus amigas se casaron, una a una, y fueron madres, y después abuelas. Cuando hablaban de Paquita decían todas: “¡Pobre!”.
No se quedó ella a vestir santos porque en Ábrego no había santos. En la pequeña capilla de la hacienda estaba solo, y solo, el cuadro con la imagen de Nuestra Señora de la Luz.
Ahora ese extraño habitante de la casa que soy yo mira el abanico de Paquita y siente una tristeza igualmente extraña. Es la vaga melancolía de lo que pudo ser y no fue.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA.
“. Condena universal para Maduro.”.
Lo tachan de dictador,
y su caída se anuncia.
A ver si ya se pronuncia
su discípulo Obrador.