Don Astasio, tenedor de libros, llegó a su casa en hora desusada y sorprendió a su esposa en ilícito trance de carnalidad con un sujeto. Hecho una furia le gritó: “¡Mala hembra! ¡Vulpeja inverecunda! ¡Maturranga! ¡Lasciva pecatriz!”. “Ay, Astasio –contestó ella en tono al mismo tiempo lamentoso y de reproche–. Te va mal en la oficina y vienes a desquitarte conmigo”. El médico le informó a la señora: “Los síntomas que presenta su hija se deben a que está embarazada”. “¡Mano Poderosa! –exclamó la mujer, que conservaba las jaculatorias aprendidas de su madre–. Mi hija es casta y honesta. Se educó en el Colegio de las Damas, y sabe casi de memoria el libro “Pureza y hermosura” de monseñor Tihamér Tóth. Respondo de su pudicia y su virtud. ¿Podrá deberse su condición a que estuvo en una alberca pública?”. “Es posible –ponderó el facultativo–. Pero el acto que explica su embarazo seguramente fue ahí bastante incómodo”. Don Mariano Azuela, hijo del escritor del mismo nombre, fue maestro distinguido en la Facultad de Derecho de la UNAM. Se decía que la fama de su padre, autor de la icónica novela “Los de abajo”, opacaba la figura del jurista. Pancho Liguori, ingenioso a fuer de veracruzano, comentó eso en un pícaro epigrama: “Ya se dice por la escuela, / en son de chunga y relajo, / que al caro maestro Azuela / pesan mucho ‘Los de abajo’”. También en son de chunga y relajo los diputados morenistas y sus contlapaches aprobaron la reforma judicial. Al tiempo que deglutían tacos y tortas y charlaban animadamente levantaron la mano en automático, sin saber lo que estaban votando, a fin de hacerle ese regalo al amo. Ahora los senadores de Morena buscan la mayoría que les permitirá sacar adelante esa iniciativa, con lo cual abrirán las puertas a una dictadura, desprestigiarán a México en el extranjero e impedirán que se mejore la justicia en el país. No quiero ser melodramático –dejé de serlo desde que subí al palco escénico en la obra “El niño y la niebla”, de Rodolfo Usigli–, pero no vacilo en decir que aprobar la propuesta de AMLO conlleva una forma de traición a la patria, pues implica la destrucción de uno de los poderes que sirven de freno y contrapeso al Ejecutivo y sientan las bases para un presidencialismo omnímodo, absoluto, desdeñoso de la ley y las instituciones, más nocivo aún que el de las peores épocas de la dominación priista. Vivimos tiempos oscuros, y cada día la esperanza de un cambio positivo se nos aleja más. Un solo hombre arruinó a Cuba; un solo hombre acabó con Nicaragua; un solo hombre llevó a la desgracia a Venezuela. En igual forma un solo hombre está haciendo eso con México. Y lo peor de todo es que lo hace ante la complaciente indiferencia de millones de partidarios suyos, adormecidos por sus dádivas. Yo ya he vivido, pero miro con tristeza la clase de país en que mis hijos y mis nietos vivirán, un país en el cual –todo lo indica– serán conculcados los derechos fundamentales de la persona humana, y donde privarán ideologías y dogmas obsoletos y fracasados en el mundo. Al decir esto no incurro en pesimismo; incurro quizá en exceso de realismo. Disiparé con un cuento final la desazón que deben haber causado mis palabras. Don Pitorro era octogenario. A pesar de esa provecta edad su esposa lo encontró yogando con la joven y linda mucama de la casa. Lo levantó de la cama con violencia y lo arrojó por la ventana de la alcoba, sin tomar en consideración que su departamento estaba en el noveno piso. La fámula clamó espantada: “¿Qué hizo usted, señora?”. “No te preocupes –respondió calmosamente la mujer–. Si a sus años puede follar, seguramente también podrá volar”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Con estas lluvias el campo del Potrero se ha llenado de pequeñas flores amarillas. Según Van Gogh el amarillo es el color de Dios. Parece entonces que el Señor ha tendido su manto sobre el valle.
No tiene nombre esta diminuta flor. Ni siquiera el más pequeño nombre cabria en su corola. Lo que sí cabe en ella es todo el universo. En sus pétalos están la tierra, el sol, el agua. Y estoy yo, que contemplo maravillado esta maravilla.
Voy por el camino y advierto que un palo de la cerca se ha caído. Para volver a colocarlo sería necesario pasar sobre las flores. Decido dejarlo como está. Pisar una sola de estas flores sería sacrilegio. Sería como pisar el rostro del Creador.
Se irán las lluvias y la sequía vendrá. Desaparecerá este oro convertido en flor. Pero en el recuerdo seguirán floreciendo las pequeñas flores, y ahí perdurarán. En el recuerdo la belleza jamás muere.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA.
“Entra en la política un hijo de AMLO”.
No puede estar en el ocio
–afirma una nota crítica–.
Para él será la política
otra forma de negocio.