Poseídos de súbita pasión los recién casados hicieron el amor sobre la mesa de la cocina. Ni en la película “Atracción fatal” (1987, con Michael Douglas y Glenn Close) se vio una escena de erotismo semejante. Acabado el intempestivo trance el agotado y satisfecho galán le dijo a su dulcinea: “¡Qué poco te conoce tu mamá! ¡Me dijo que no eras buena en la cocina!”. El cirujano le pidió al anestesista: “Está bien que sea usted aficionado a la fiesta brava, doctor Ero, pero cuando levante yo el bisturí para empezar la operación no me diga: ‘¡Suerte, matador!’”. Dulcibel, chica soltera, les informó a sus consternados papás que iban a ser abuelos. “¿Cómo?” -se afligió la madre. “No hagas preguntas tontas -le dijo el atufado genitor-. Ya sabemos cómo”. Explicó Dulcibel: “Mi estado se debe a que tengo un impedimento del habla. No sé decir que no”. “La sombra del caudillo”, el título de una de las más conocidas novelas de Martín Luis Guzmán, es aplicable a la realidad política de nuestro tiempo. En efecto, la sombra de López Obrador cubre a su sucesora. Durante el largo régimen priista fue ley tácita y costumbre inalterable que tan pronto se hacía el destape de quien sería el nuevo presidente el que aún ostentaba el cargo desaparecía de la escena y le dejaba todo el campo al que venía para que hiciera su campaña sin interferencia del anterior mandatario. No sucedió así con AMLO y Claudia Sheinbaum. El tabasqueño ha seguido ejerciendo ostensiblemente su omnímodo poder en los días finales del sexenio, y ha hecho de la futura presidenta electa una mera acompañante suya en sus giras por el país. Con eso la ha opacado; le ha impedido tener brillo propio, pese a la muy importante circunstancia de que es la primera mujer en la historia de México en ser electa para ejercer la máxima magistratura. El actual presidente, con minúscula, oscurece a la persona de quien lo sucederá, y todo indica que seguirá pesando sobre ella, pues su apetito de poder es insaciable. Muchos años tardó en hacerse de él, y lo consiguió sólo después de innumerables luchas. No renunciará a ese poder. Lo entregará en apariencia, pero en la realidad lo mantendrá para sí. Los votos que la doctora Sheinbaum recibió en las urnas no son de ella; los ganó AMLO, cuyo innegable carisma e indiscutible popularidad lo ponen muy por encima de la poco carismática señora, quien era casi desconocida fuera de la Ciudad de México antes de ser presentada por el caudillo de Morena como su corcholata. Las aviesas maniobras que en el curso de su sexenio llevó a cabo López Obrador -la militarización del país; la compra de una sólida y extensa base de votantes conseguidos por medio de dádivas en dinero; el control absoluto de Morena al incrustar en el partido a su hijo- le aseguran la posibilidad de seguir ejerciendo el poder por encima de la investidura de su sucesora, que no tiene los arrestos de Lázaro Cárdenas para poner de patitas en la calle a su antecesor y evitar de ese modo la instauración de un maximato de fatales consecuencias para la República. Así las cosas, la sombra del caudillo se cierne ominosamente no sólo sobre Claudia Sheinbaum sino también sobre México. Qué desgracia. Don Cucoldo entró en sospechas cuando al llegar a su casa en hora desusada halló a su esposa en el lecho conyugal, desnuda y en estado de gran agitación. Se asomó por la ventana -vivían en el cuarto piso- y en la cornisa vio a un sujeto en paños muy menores, pues no traía ninguno. Antes de que don Cucoldo pudiera articular palabra le preguntó el tipo: “Perdone usted, señor. ¿No ha visto por aquí un gatito blanco que responde al nombre de Tobito?”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre.
El padre Héctor Secondo, jesuita de origen italiano, ejerció su ministerio durante muchos años en el templo de San Juan Nepomuceno de mi ciudad, Saltillo.
Era todavía niño cuando su madre oyó hablar de un santo sacerdote que vivía en Turín, y llevó a su hijo con él para que lo bendijera. El religioso puso la mano sobre la cabecita del pequeño, y tras una pausa le profetizó: “Tú serás cura, e irás a un país muy lejano que se llama México”. Aquel sacerdote era San Juan Bosco.
El padre Secondo tenía la voz tan queda que apenas se le oía. Capellán en la Primera Guerra, había aspirado en las trincheras gases asfixiantes. Era muy bondadoso. Yo gustaba de confesarme con él, pues tras oír mis pecadillos infantiles me imponía de penitencia tomarme una taza de chocolate con dos piezas de pan de azúcar, así de flaquito y débil me veía.
No he olvidado al buen padre Secondo. La bondad nunca se olvida. La otra noche se me apareció en el sueño. Miró mi barriga de canónigo y me dijo con una sonrisa: “Veo que no has dejado de cumplir la penitencia”.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA.
“Sigue flotando el peso”.
Tal nota me ha sorprendido,
igual que de cuando en cuando.
¿El peso sigue flotando?
Yo lo veo muy hundido.