El hecho de no invitar al rey de España a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum es un acto de barbarie diplomática. No dudo en calificarlo así. Como mexicano me apena esa impolítica exclusión que viola todas las normas del trato entre naciones y pone a mi país en entredicho ante uno de los pueblos con el que más estrechos vínculos nos unen no solo por motivos de historia y tradición, sino también por actuales relaciones de comercio, turismo, cultura, industria y banca. La futura presidenta de México no muestra tener voluntad propia. Todo indica que en el trato con España seguirá el camino trazado por López Obrador, quien en una ríspida y absurda carta exigió al soberano español que se disculpara por hechos sucedidos hace siglos. Bien hizo el gobierno de España en no dar respuesta a la descomedida misiva, y bien hace ahora al anunciar que no enviará ningún representante a la ceremonia en la cual la señora Sheinbaum asumirá -al menos formalmente- el Poder Ejecutivo federal. Siento vergüenza ajena por lo sucedido. Soy hispanista, como lo fueron mis ilustres paisanos saltillenses Artemio de Valle Arizpe y Carlos Pereyra. Tenía yo 12 años de edad cuando mi padre compró para mí, con sacrificios, una edición preciosa del Quijote, aquella en cuatro tomos de pasta dura forrada en percalina roja con lomos de piel en color beige, de la W. M. Jackson, ilustrada por Doré. De segunda mano eran esos libros, y uno de ellos tenía quemaduras de cigarro. En abonos los pagó don Mariano, con mengua de su modesto salario de empleado de oficina, y deleitosamente leí yo las locas aventuras -tan cuerdas, pues se inspiraban en amor- del hidalgo de la Mancha y su rústico, sapientísimo escudero. Así ingresé a la literatura española, y así ingresé también al amor de la que he considerado siempre Madre Patria por su inconmensurable aporte cultural. Al igual que la inmensa mayoría de los mexicanos, corre por mis venas la “sangre de Hispania fecunda” que cantó Darío. Junto a la noble herencia de nuestros antepasados aborígenes, el legado español dio origen a un mestizaje del cual hemos de sentirnos orgullosos. Es risible entonces la postura anti hispanista de López y su círculo cercano, actitud fincada en concepciones históricas obsoletas ya, como la leyenda negra de España, y en dogmas de anacrónico nacionalismo. De nueva cuenta la señora Sheinbaum muestra su sujeción a AMLO al incurrir en esta grave omisión, la de no invitar al Rey de España a su toma de protesta. Eso atenta contra las más elementales normas de la diplomacia, lo mismo que contra el buen juicio y la razón. Se complican aún más nuestras relaciones con la nación española, y el Gobierno de México aparece como cerril y falto de pericia diplomática y política. He aquí otro mal augurio para nuestro país. Procuraré atemperar con dos cuentecillos de humor lene la pena que me ha causado la incivil acción del que dice que se va y de la que viene. Esa pena es tanto en el sentido de pesar como en el sentido de vergüenza. Usurino Matatías es hombre avaro, cicatero, cutre y ruin. Piedra de machucar muertos, dice una extraña frase popular referida a los avariciosos. Su esposa le pidió: “Llévame al cine”. Respondió el tacaño: “¡Ya te llevé una vez”. “Sí -admitió la señora-, pero he oído decir que ahora hay películas con sonido y a colores”. (Nota. El último film que vieron fue “El ladrón de Bagdad”, 1924, con Douglas Fairbanks Sr. y Anna May Wong, dirección de Raoul Walsh). Comentó un célebre científico: “Íbamos a producir la vida en condiciones de laboratorio, pero esa noche a la probeta le dolió la cabeza”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

Recuerdo con afecto a mi alumno y amigo John O‘Boyle.

Fue estudiante en la Universidad Interamericana, inolvidable institución de Saltillo a cuyas aulas acudían estudiantes norteamericanos a fin de obtener grados de maestría y doctorado reconocidos en su país de origen.

John hizo su tesis doctoral sobre Nathanael West, cuya novela Miss Lonelyhearts es considerada obra maestra. El secretario académico de la Universidad juzgó que la tal obra era inmoral y le negó a mi alumno el derecho de presentar su examen. Yo lo defendí, y logré que aquella decisión fuera anulada. Para celebrar esa victoria el futuro doctor y yo nos embriagamos cumplidamente en la cantina del Hotel Arizpe.

Entiendo que John se siguió de largo en la celebración, porque el día que defendió su tesis, aprobada por unanimidad, cantó ante un atónito jurado, con bien timbrada voz de tenor irlandés, el Gaudeamus igitur. Después nos invitó a todos a brindar con champaña que había puesto a helar en el salón de al lado. El que más brindis hizo fue el secretario académico de la institución.

Recuerdo con afecto a mi alumno y amigo John O’Boyle. Sabía vivir y sabía beber. Ambos son nobles saberes.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA,

“No vendrá ningún representante español a la toma de protesta de Claudia Sheinbaum”.

Pero sí vendrá un cubano,

país que es prisión castrense,

y vendrá un nicaragüense,

a más de un venezolano.