“¿Con qué frecuencia hacen ustedes el amor con su esposa?”. Eso les preguntó el conferencista a quienes formaban su público, exclusivamente de hombres. Pidió en seguida: “Levanten la mano los que lo hacen todos los días”. Ocho o diez la levantaron, curiosamente todos originarios de Saltillo. “Ahora levanten la mano quienes lo hacen una vez a la semana”. La mayoría de los asistentes indicaron pertenecer a ese grupo. “Ahora levántenla los que lo hacen una vez al mes”. Un número menor de concurrentes la levantaron. “Ahora -pidió el conferenciante- levanten la mano los que lo hacen una vez al año”. Un señor de edad madura se levantó, feliz, y gritó regocijadamente al tiempo que levantaba la mano: “¡Yo! ¡Yupi!”. El conferencista se desconcertó: “Un solo día al año lo hace usted -le dijo al provecto caballero-. ¿Qué razón tiene entonces para alegrarse tanto?”. Replicó el veterano, jubiloso: “¡Es que hoy es el día!”. “No hay hombre más humilde que un crudo”. Tal aseveración solía hacer Hugo L. del Río, inolvidable amigo. La frase es verdadera. Recuerdo a los borrachines que en las cantinas de barriada pedían con voz trémula el óbolo de los parroquianos para curarse la cruda, y evoco a los compasivos taberneros que les daban medio vaso de toñas a fin de ayudarles a remediar su mal. Las toñas eran un inmundo bebistrajo que se hacía con lo que dejaban los clientes en sus copas o cervezas, restos que se echaban en una cubeta bajo el mostrador. A millones de mexicanos AMLO nos dejó una cruda, un sentimiento de desazón y malestar después de su gobierno, que nos pareció eterno, fincado en caprichosas ocurrencias, violaciones constantes a la ley, ineficacia y polarización. Sus partidarios han hecho de él un semidiós, y lo ven a la par de los grandes próceres de México. Ante los ojos del mundo, sin embargo, salvos los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, se le considera un hombre escaso de saberes que hizo retroceder a México en todos los campos de la administración; un autócrata cuyas desatinadas referencias a otros países eran recibidas con desdén o enojo (España, por ejemplo), cuando no con irrisión (por ejemplo Dinamarca). Será difícil olvidar la figura de López Obrador. Distinto a todos los presidentes que lo antecedieron, su indiscutible cercanía con el pueblo y sus extraordinarias habilidades de comunicador lo convirtieron en figura estelar de la política. Pero al paso del tiempo lo que ahora tiene brillos de oro será luego oropel o similor, que es oro falso. Sin ánimo de establecer comparaciones -cuando a dos se les compara uno de los dos repara- diré que otro López, Santa Anna, gozó en sus días de semejante popularidad, y ahora está en el basurero de la Historia. Día llegará en que un verdadero historiador, no como los de nómina que rodearon a AMLO y llevaron a su más cercano círculo a un nacionalismo ramplón y chabacano y lo hicieron incurrir en aberrantes desatinos como las peticiones de perdón al Vaticano y a España; llegará el día, repito, en que un historiador de veras hará el balance de la actuación de este hombre y dirá del grave daño que causó a México. Seguramente yo ya no veré eso, pero lo estoy viendo ya. La mujer que se casa por dinero recibe en inglés un expresivo nombre: gold digger, buscadora de oro. A esa especie pertenecía la sinuosa fémina que por pura ambición contrajo matrimonio con un rico petrolero texano alto y robusto. En la noche de bodas la mujer se sorprendió al ver que el galán se había hecho tatuar en su atributo de varón el nombre de ella. Le preguntó: “¿Por qué hiciste eso?”. Respondió el hombrón: “Acuérdate. Me pediste que mis mejores propiedades las pusiera a tu nombre”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Refugio, se llamaba, y le decían don Refugio, pero cambió su nombre por el de Cucufate.
Nombre de payaso es ese, y en payaso se convirtió él. Era funcionario importante de una institución bancaria; gozaba de magníficos ingresos y de una buena posición social: se le consideraba hombre de éxito. Y sin embargo no era feliz. Vivía, al igual que incontables seres humanos, en una desolada frustración.
Desde niño se aficionó a los circos. Admiraba las proezas de los trapecistas, el arrojo de los domadores, la habilidad de los acróbatas, pero gustaba más de los payasos. Soñaba con hacer que la gente riera, como hacían ellos.
Así, un buen día renunció a su empleo y consiguió que un circo llegado a la ciudad lo admitiera -sin sueldo- entre sus payasos. Él mismo diseñó su atuendo y creó su maquillaje, muy parecido al que usó Emmet Kelly. Escribió sus propias rutinas, y ayudó a sus compañeros a inventar las suyas, pues él había visto películas de Chaplin, Laurel y Hardy y los Hermanos Marx, y ellos no. Reía y hacía reír. Cuando la empresa le fijó un salario sintió que había alcanzado el triunfo.
Y fue feliz. Otra mejor manera de éxito no hay.
¡Hasta mañana!
Manganitas
Por AFA
“Claudia Sheinbaum visitó a los damnificados de Acapulco”.
Aunque les lleve regalos
en dinero y prestaciones,
siguen con sus extorsiones
y asesinatos los malos.