En la noche de bodas la recién casada se presentó al natural ante su maridito, que en ese momento veía en la tele un partido de futbol. Con insinuante voz lo invitó: “¿Vamos a la cama, cielo?”. “Ahorita no -le dijo él-. Me hiciste esperar tres años para esto; bien puedes esperar tú 15 minutos a que acaba este juego”. Linda palabra mexicana es “coscolino”, usada para designar al hombre que gusta de andar en devaneos amorosos. A esa especie pertenece don Chinguetas, el frívolo consorte de doña Macalota. Le reclamó ella, airada: “Me dicen que cortejas a todas las mujeres de la colonia”. “Es cierto -reconoció, cínico, Chinguetas-. Pero toma en cuenta que es colonia pequeña”. El juicio de amparo, recurso del ciudadano para defenderse de los abusos del Estado, sufre ahora la embestida del régimen abiertamente dictatorial de la llamada 4T. Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López, Fernández Noroña y Ricardo Monreal hacen traición a México y a los mexicanos cuando atentan contra esa institución, otrora orgullo de México en el extranjero y pilar de la legalidad en lo interior. La torpe medida que está por consumarse viola los derechos de la persona humana y la anula frente al poder estatal. Obcecados por el arrogante discurso de su caudillo -“Al diablo las instituciones”; “Y no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”- sus personeros continúan la obra destructiva iniciada por el propietario de Morena, que no se ha ido ni se irá, sino antes bien seguirá mandando sobre quien la sucedió y sobre las figuras menores que al mismo tiempo que acompañan a la presidenta la vigilan en nombre del cacique y determinan sus acciones. Con una mandataria así, entregada visiblemente a quien la designó; con un partido único más poderoso aún que el PRI de los pasados tiempos; con una oposición casi inexistente, borrosa y con tendencia a navegar por el rumbo de los vientos políticos que soplan; con una clase empresarial que calla debiendo levantar la voz y que mira por su dinero más que por el futuro de su patria; con un población en su mayoría pobre, sin acceso a los bienes de la educación y adormecida por las dádivas de la demagogia; con todo eso México se va acercando a ser lo que son Cuba, Nicaragua y Venezuela, pueblos atenazados por regímenes tiránicos fincados en la falta de democracia y en el aplastamiento de la persona por el poder estatal. Hoy asistimos a la agonía y muerte del recurso de amparo, y vemos cómo el ciudadano quedará inerme frente a los excesos de la autoridad. En Harvard rieron no de México y de los mexicanos, como en modo ramplonamente patriotero dijo Sheinbaum. Rieron de la aberrante reforma judicial iniciada por la vesania de AMLO y consumada ahora por la servil obediencia de sus criados. En verdad los juristas internacionales debieron guardar un minuto de silencio por la muerte de esa institución, el amparo, aportación valiosísima de nuestros juristas, ahora asesinada por la barbarie de un régimen que busca perpetuarse y que en nada se detiene con tal de conseguir su fin. Todo esto desaparecerá algún día, y a quienes urdieron estos males o los continuaron aguarda el destino que espera a todos los que pusieron su interés personal por encima del bien de su país: el olvido o el desprecio. Sírvame un cuentecillo final para atenuar la sonoridad oratoria de esa última frase. El ordenador le propuso a la computadora: “¿Nos enchufamos?”. “Hoy no -declinó ella-. Tengo un virus”. “Lástima -se entristeció el ordenador-. Precisamente ahora que traigo el disco duro”. (No le entendí. Me son ajenas las cuestiones de la tecnología moderna). FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Mi padre me dejó en herencia un bien valioso: su ejemplo.
De él aprendí la mejor lección, que es la de hacer el bien.
Otros legados me dio que enriquecieron mi vida. Entre ellos está el de la afición al beisbol, que con justicia ha sido llamado el rey de los deportes, no por el número de quienes lo ven y lo juegan, sino por la calidad de quienes lo juegan y lo ven.
El amor que le tengo al beisbol hizo que me entristeciera la muerte de Fernando Valenzuela. Su fallecimiento me ha puesto en un apuro. Desde niño soy seguidor de los Yanquis de Nueva York, devoción que estuvo a prueba cuando el gran pelotero mexicano militó en los Dodgers. Ahora que en la Serie Mundial se enfrentarán los dos equipos no sé dónde pondré mi preferencia, si en el mío o en el de Valenzuela. Quizá diré que voy con los Yanquis, pero secretamente desearé que el triunfo sea para los Dodgers, como homenaje póstumo al inolvidable pitcher mexicano.
La palabra lo dice: los inmortales no mueren. Fernando Valenzuela es inmortal.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA.
“Golpe al amparo”.
Los de Morena, engallados,
van contra esa institución.
Sin su legal protección
estamos desamparados.