Ella era ardiente, y él muy frío y además obtuso, por no decir pendejo, lo cual es descortés y se oye mal. En el Ensalivadero, solitario lugar en las afueras al que acuden por la noche las parejitas en plan húmedo, la avispada chica no hallaba cómo poner en suerte a su torpe galán. En un último intento le preguntó, insinuativa: “¿Te gustaría ver el sitio donde me operaron del apéndice?”. “¡Oh no! -se asustó él-. ¡No me gustan los hospitales!”.

N.N. Con esas letras registraban en los archivos policiales de antes a las personas cuyo nombre no se conocía. Así diré que se llamaba este amigo mío de la juventud: N.N. Me abstengo de mencionar su verdadero apelativo pues vive aún y tiene esposa -la tercera, por cierto-, hijos, nietos, y numerosa parentela de yernos, nueras, hermanos, primos, cuñados, consuegros y otros seres queridos, algunos de los cuales no quiere nada. Tuvo un primer amor que no ha olvidado. Cierto día estaba con la muchacha en la alameda de Saltillo, hermoso parque en el que todos los saltillenses tenemos un recuerdo. He dicho que si esa alameda pudiera hablar ¡cuántas cosas callaría! Sentados en una banca, la chica le dijo de repente que ya no quería ser su novia. Su corazón ahora le pertenecía a otro. Mi amigo se afligió. Estaba profundamente enamorado de ella. Le dijo con tristeza: “¡Qué suerte la mía! Hace un mes murió mi madre. La semana pasada me despidieron del trabajo. Y ahora tú me dejas. Ya sólo me falta que un pájaro me…”. En eso -¡plop!- una caca de pájaro le cayó en la frente. “¡Ya ni eso me falta!” -gimió mi amigo prorrumpiendo en llanto. La misma mala suerte me ha perseguido a mí por estos días. Los Yanquis de Nueva York, mi equipo de toda la vida, perdieron la Serie Mundial. Trump ganó la elección. Y quedó firme la reforma judicial perpetrada por López Obrador, con lo cual México entra al camino de la dictadura, se anula el principio de frenos y contrapesos que limita el poder presidencial, se coarta la libertad de los ciudadanos frente al poder del Estado, desaparece el impulso democrático y el país queda en manos de una camarilla inepta y ambiciosa de poder presidida por un caudillo que sigue mandando a través de una presidenta que lo es sólo de nombre. Ya nada más me falta que… me abstendré de ir a la alameda. En épocas sombrías como ésta, los mexicanos recurrimos al humor no como forma de evasión, sino para plantarle cara a la realidad y decirle: “Por dura que seas aquí estoy, y aquí seguiré a pesar de todo, haciendo mi trabajo y cumpliendo el que creo mi deber. Tú pasarás, pero los valores en que creo: la justicia, la verdad, el bien, finalmente prevalecerán”. Así pues disiparé con un lene chascarrillo final la gravedumbre de ese martes negro y el peso de la anterior solemne y magnílocua peroración. Don Algón, salaz ejecutivo, invitó a cenar en restorán de lujo a Susiflor, linda muchacha de agraciado rostro y atractivas formas. El elegante camarero le preguntó a la joven: “¿Qué va a pedir, mademoiselle?”. Revisó ella la carta con detenimiento y ordenó: “Para empezar tráigame una copa de champaña. En seguida la ensalada Waldorf, una docena de ostiones en su concha y la sopa de cebolla au gratin. Luego quiero el filete Chateubriand y una porción del faisán aux champignons. De postre me gustaría probar los duraznos Melba y las fresas con crema chantillí, más una rebanada de Apfelstrudel. Por último le pido un carajillo, un expreso doble y un coñac XO”. Don Algón, que pese a ser muy rico era avariento, le preguntó, mohíno: “¿Así comes en tu casa, linda?”. “No -replicó Susiflor-. Pero en mi casa nadie me quiere follar”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

No sé si me habría gustado conocer a Tallulah Bankhead, actriz de Hollywood en los años dorados del cine americano.

Hizo una película con Hitchcok que se considera clásica: Lifeboat, que acá se conoció con el nombre de “Náufragos”. El gran director tuvo dificultades con ella, pues la caprichosa mujer no usaba ropa interior, y eso causaba problemas de diverso orden en el set.

En el ejercicio de su sexualidad la Bankhead no hacía distinción entre hombre y mujer. Bebía inmoderadamente y consumía sustancias prohibidas de variada especie. Solía decir: “La cocaína no crea adicción. Lo sé porque llevo muchos años consumiéndola”.

Era desenfadada; no le importaban los convencionalismos de su época. Afirmaba: “Mi moralidad es un poco inmoral”. Y en una entrevista que le hicieron poco antes de su muerte declaró: “Si volviera a vivir cometería los mismos errores, sólo que antes”.

No sé si me habría gustado conocer a Tallulah Bankhead.

Quizá sí.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“Reeligen a Trump”.

Una suerte desdichada

nos aguarda sin clemencia.

Con Trump en la Presidencia

nos va a llevar la trompada.