Babalucas señaló hacia lo alto y le dijo a su amigo: “¡Mira! ¡Una helicóptera!”. El amigo lo corrigió: “Es ‘helicóptero’”. “¡Caramba! -exclamó Babalucas con admiración-. ¡Qué buena vista tienes!”. Varias veces he volado en helicópteros, esas libélulas mecánicas. Diré de dos ocasiones que me dejaron particular memoria. La primera vez fue cuando Abraham Cepeda Izaguirre, eficiente funcionario encargado por entonces de las tareas de electrificación en Coahuila, mi natal Estado, llevó los beneficios de la energía eléctrica a la región suroriental de la Sierra de Arteaga. Al hacerlo liberó a miles de mujeres de la esclavitud cotidiana del metate, y dio a numerosas comunidades campesinas los muchos frutos buenos que derivan de la electricidad. Como vecino del Potrero de Ábrego participé en los trabajos de tendido de la red. A bordo de un Alouette, helicóptero francés que cargaba los postes como cargar palillos de dientes, fui con el piloto a colocarlos en los pozos previamente cavados desde el poblado Mesa de las Tablas, cercano a las alturas del alto monte llamado el Coahuilón, hasta las varias rancherías de la comarca. La segunda ocasión hice en helicóptero el trayecto de Monterrey a Colombia, lugar en la frontera con Estados Unidos, donde Jorge Treviño, uno de los mejores gobernadores que ha tenido Nuevo León, estaba llevando a cabo la construcción de un nuevo puente entre los dos países. Iba igualmente, lo recuerdo bien, don Domingo Benavides, gran empresario y hombre de calidad humana excepcional. Poco después de haber llegado me llamó aparte un ingeniero de los que dirigían la obra y me dijo: “Sé que le gustan las cosas de la naturaleza. Venga conmigo; quiero mostrarle algo”. Caminamos hasta la orilla del río Bravo. Ahí vi a una numerosa colonia de castores trabajando afanosamente en hacer una represa. No olvido ese bellísimo espectáculo, y me da pena mencionarlo al lado de otro nada edificante: el que dan los políticos de Morena que viajan en helicóptero con la misma naturalidad con que nosotros viajamos en taxi, y luego hablan de austeridad republicana y de otras charlatanerías semejantes. Herederos del más rancio PRI, los morenistas son una mala copia de aquéllos que dominaron antes que ellos, y tienen sus mismos vicios y defectos, sólo que magnificados. Lo de la austeridad, lo mismo que lo de la honestidad juarista, es embeleco que en tiempos mejores que éstos saldrá a luz junto con otras múltiples mentiras, falsedades y corrupciones de la 4T. La verdad tarda a veces en llegar, lo mismo que su hermana la justicia, pero acaba siempre por aparecer. Un patrullero de policía pasó cerca del Ensalivadero, soledoso y umbrío paraje al que acuden por la noche las parejitas en plan húmedo. Le llamó la atención ver un vehículo apartado de los demás, y se dirigió hacia él. Al volante se hallaba un muchacho con la vista fija en la pantalla de su tablet, y en el asiento trasero una chica hacía labor de aguja. Intrigado al ver tan singular escena -los ocupantes de los otros coches estaban haciendo cosas bien distintas-, el patrullero proyectó la luz de su linterna hacia el interior del auto y le preguntó al joven: “¿Qué haces?”. “Ya lo ve, oficial -respondió tranquilamente él-. Aquí, jugando al solitario en mi tableta”. “¿Y ella? -inquirió el policía-. ¿Qué está haciendo?”. “Usted lo ve -replicó el otro-. Está tejiendo”. El policía, suspicaz, prosiguió el interrogatorio: “¿Qué edad tienes?”. “19 años” -contestó el muchacho. “¿Y ella?”. El joven consultó su reloj y luego, con una gran sonrisa, respondió: “Exactamente dentro de 16 minutos será mayor de edad”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
John Dee se enamoró.
Hasta entonces no había vivido.
Había estudiado, había leído, había filosofado, pero no había vivido.
Un día conoció a una hermosa y bien plantada campesina, y por la amplitud del busto y las caderas de la moza supo que bien podría ser la madre de sus hijos. Vendió entonces sus libros, sus aparatos astronómicos, sus redomas y estufas de alquimista, y se compró una pequeña granja. Ahí, con una vaca, un caballo, un cerdo y una veintena de gallinas, se dedicó a sembrar trigo para el pan y a cosechar manzanas para hacer la sidra.
Al lado de su esposa supo entonces que los frutos de la tierra son mejores que el oro que le daría la piedra filosofal. Supo también que el amor es la más sabia de todas las sabidurías. Y cuando llegó su primer hijo fue feliz: el niño era más bello que las bellezas celestiales.
Los amigos de John Dee lo visitan en su granja y le preguntan:
-¿Por qué estás aquí? Eras el hombre más sabio de la Europa.
Responde él:
-No sabía nada.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA.
“La presidenta le responde con enojo al gobierno de Estados Unidos”.
Sheinbaum, a mi parecer,
tiene que actuar de otra suerte.
Si le contesta muy fuerte
nos quedamos sin comer.