Noche de bodas. El galán le preguntó a su dulcinea: “¿Soy yo el primer hombre con el que duermes?”. Respondió ella con desabrimiento: “¿Qué nos vamos a dormir?”. Saltarela, muchacha célibe, dio a luz un hermoso bebé. Su mamá le dijo: “Exígele al padre de la criatura que reconozca a su hijo”. “Ardua empresa -ponderó Saltarela-. Primero tendría yo que reconocer al papá”. Casi nunca voy al cine. Casi todas las noches voy al cine. Quiero decir que no acostumbro acudir a las salas cinematográficas, pero veo en mi casa -cine en pantuflas- magníficas películas. A lo largo de los años me he hecho de una estupenda filmoteca que junto con mi familia, mis amigos, mi escritura, mis libros y mi música es un excelente antídoto contra el tósigo de la soledad. Me gustan mucho las películas relacionadas con la Segunda Guerra, porque tengo recuerdos infantiles de ese tiempo. El papá de aquel amiguito mío nos decía que hiciéramos la tarea, porque un hombre muy malo se llevaba a los niños que en vez de cumplir sus deberes escolares se ponían a jugar. Ese mal hombre se llamaba Hitler. Cuando mis tíos y mi padre comentaron el suicidio del tal Hitler sentí un alivio grande: ya podría dejar de hacer la tarea y jugar a mi placer sin riesgo alguno. Anoche vi una película de 1944, “Thirty seconds over Tokio”, con Spencer Tracy, Van Johnson, Robert Mitchum y una muy linda actriz de nombre Phyllis Thaxter, que sonreía no solo con los labios, sino igualmente con los ojos, y cuya sonrisa iluminaba la pantalla. El film fue dirigido por Mervyn LeRoy, y el guión lo escribió el talentoso Dalton Trumbo antes de que lo pusiera en la lista negra de Hollywood ese estúpido rufián llamado Joseph McCarthy, antecesor de Trump en más de una manera. La película que digo es un relato casi documental de la famosa incursión aérea de Jimmy Doolittle y sus aviadores, que bombardearon Tokio y otras ciudades japonesas apenas 131 días después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre del 41. El presidente Roosevelt mismo ideó esa audaz expedición como venganza por el day of infamy y para elevar la moral del pueblo americano después de la agresión nipona. China era entonces fiel aliado de los estadounidenses, y recibió en su territorio a algunas de las tripulaciones yanquis que salvaron la vida después de aquella acción. En esa película la amistad de los americanos con el pueblo chino es exaltada, y su apoyo se agradece emocionadamente. ¡Cómo cambian los tiempos! diría Heráclito mojando sus pies en el río que no es el río. Ahora China es el gran enemigo comercial del Tío Sam, que esgrime ya su big stick para golpear a México en el caso de que sirva de trampolín al ingreso de productos chinos. Desde luego no entiendo nada de cosas del comercio internacional -tampoco de cosas del comercio nacional entiendo-, pero advierto ya la presencia china muy cerca del país del norte. En mi ciudad, Saltillo, se han abierto últimamente varias tiendas de artículos chinescos con algo más que farolitos, abaniquitos y sombrillitas, y hay por lo menos cinco agencias de automóviles chinos. Quizá se cumplirá la predicción que hizo a mediados del pasado siglo Joseph Tichy, compañero mío, checoeslovaco, en la Universidad de Indiana: “Llegará el día en que en tu país o en Estados Unidos alguien encenderá el televisor y verá en la pantalla millones y millones de puntitos amarillos”. Una mujer joven le dijo al empleado de la mueblería: “Pedí ayer una cama individual, pero quiero cambiarla por una matrimonial”. “Felicidades -la congratuló el de la mueblería-. ¿Se va usted a casar?”. “No -precisó la clienta-. Decidí ampliar el negocio”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre.

Esta plaza pública de mi ciudad ha sido conocida con diversos nombres, menos con el que oficialmente tiene: Plaza de los Hombres Ilustres.

Se le ha llamada “plaza del Mercado”, porque en su costado norte está el Mercado Juárez, y “plaza Acuña”, porque en su centro se halla la bella estatua del poeta tallada en mármol por Jesús Contreras. El nombre con que la gente la designa ahora es más prosaico: “plaza de los güevones”. Sucede que en sus bancas se reúnen hombres de diversa edad y condición a ver pasar las horas, sin saber que las horas los están viendo pasar a ellos.

En el jardín de dicha plaza había un hermoso cedro de Líbano, regalo que la comunidad libanesa hizo a Saltillo por la generosa hospitalidad que la ciudad brindó siempre a los venidos de ese hermoso país que tantas penalidades ha sufrido y sufre en nuestros días.

“El que no tenga un amigo libanés, que se lo busque”. Esas o parecidas palabras dijo el presidente López Mateos al hablar del Líbano. Soy muy afortunado: tengo varios amigos de origen libanés. Con ellos comparto la satisfacción por el hecho de que el Congreso nacional haya designado al 22 de noviembre como Día de la Comunidad Libanesa en México.

El recio y frondoso cedro del Líbano, eterno árbol, sigue creciendo en nuestro país.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Asaltan a viajeros en la autopista Monterrey-Reynosa.”.

Ya son varias las desgracias,

sin que se erradique el mal.

¿Y la Guardia Nacional?

Como dicen: muy bien, gracias.