No debería yo hablar de mi persona. Es el tema que desconozco más. Aparte de eso, el yo yo el diablo lo inventó. Sin embargo, un suceso reciente me mueve a declarar, no sin cierto asomo de ufanía, que al terminar la secundaria ya estaba yo en aptitud de sostener una conversación sencilla en inglés, y era capaz de leer, con la permanente ayuda del diccionario Webster, el Reader’s Digest y el Laredo Times, más algunos cuentos de Washington Irving, O. Henry y Oscar Wilde. No quise aprender la lengua inglesa por desinteresado afán de conocimiento, sino para poder entrar en relación con las gringuitas que acudían a los cursos de verano en mi ciudad, y que eran considerablemente más accesibles que las púdicas niñas saltilleras, educadas casi todas en colegio de monjas, y por tanto fortalezas inexpugnables que ni soñábamos en asediar. Me ayudó mucho en el aprendizaje de la lengua inglesa un raro libro que hallé en la casa de mi abuelo: el Método Ollendorf. Se proponía ese sistema de enseñanza dotar al educando del mayor vocabulario posible, y se basaba entonces en preguntas cuya respuesta no tenía conexión alguna con lo preguntado. “¿Alguien ha visto el paraguas del vicario?”. “El corpiño de la mucama lo tiene el jardinero”. Y así. La comunicación telefónica habida entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum me hizo recordar el Método Ollendorf. El magnate yanqui declaró que la presidenta de México había dicho esto, y ella manifestó que había dicho esto otro. De las conversaciones informales no pueden salir más que informalidades. Todo se sujeta a las improvisaciones del momento y a las exigencias del buen trato, aunque sea por teléfono, sin una base sólida de diálogo oficial serio que permita acuerdos firmes y seguros. De ahí la desconexión surgida entre lo que dijo Sheinbaum y lo que entendió Trump. “¿Alguien ha visto el paraguas del vicario?”. Don Chinguetas no siente ningún respeto por el sagrado vínculo matrimonial. Gusta de hacer depósitos en otros bancos que no son el de casa, y sus devaneos eróticos no corresponden ni a sus años ni a su condición de hombre casado. La otra tarde su esposa llegó temprano al domicilio conyugal después de haber jugado pádel en el Club Silvestre, y sorprendió a su marido en ajustado trance de libídine con una exuberante fémina de enhiesta proa y magnificente popa. La indignada señora le preguntó a su casquivano cónyuge: “¿Cómo explicas esto, bribón descarado?”. Contestó don Chinguetas: “Es que traes tenis, y no te oí llegar”. Dulciflor, linda muchacha, le dijo a su amiga Rosibel: “Yo no me preocupo de saber qué le voy a regalar a mi novio en Navidad. Siempre me pide lo mismo”. El vendedor le indicó a la guapa ama de casa: “Esta aspiradora es superpotente”. La conectó y la hizo funcionar. El aparato aspiró con fuerza toda la ropa de la dama, dejándola por completo en pelotier, si me es permitida esa expresión de vulgo. Orgulloso le preguntó el vendedor a la azarada mujer, que en vano trataba de cubrir sus encantos: “¿Es o no es superpotente?”. Ya conocemos a Capronio, sujeto incivil y desconsiderado. Su señora le comentó: “En el antiguo Egipto la mujer casada era enterrada viva en la tumba de su esposo a fin de que lo acompañara eternamente”. “¡Qué barbaridad! -exclamó el tal Capronio, condolido-. ¡Pobre hombre!”. En la sala de la casa Pepito les dijo a su hermana y al novio de la chica: “Había tanto silencio aquí que pensé que ya era la era hora de venir por mis 50 pesos”. “No cabe duda -le informó el ginecólogo a su joven y célibe paciente-. Está usted embarazada. Y los estudios muestran que va a tener gemelos”. “No puede ser, doctor -objetó ella-. Nada más lo hice una vez”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Esta puerta no se ha abierto nunca.
Cerrada permanece día tras día. A fuerza de mirarla ya nadie la mira. Todos saben que está ahí, pero ninguno la ve.
¿Cómo es la puerta? No podría decirlo. Sé que es de madera, como todas las antiguas puertas, pero eso es lo único que sé. Ignoro también su color y sus medidas, y desconozco si tiene cerradura o no. Lo más probable es que carezca de ella, pues una puerta que no se abre no necesita cerradura.
La puerta es un misterio.
Todos los misterios, sin embargo, acaban alguna vez por perder lo misterioso. Tarde o temprano lo desconocido termina siendo conocido.
Un día -o una noche- la puerta se abrirá para mí.
Sabré entonces que tras ella no hay nada. Nada.
La puerta existe para todos. Para la nada existe.
Tras el misterio no hay ningún misterio.
¡Hasta mañana!
Manganitas
Por AFA
“Hay en la Riviera Maya una playa nudista”.
La cosa es bastante rara,
más de lo que te imaginas,
pues caminas y caminas
sin ver una sola cara.