Los sucesos de estos días han traído de nuevo a mi memoria el caso de aquel indocumentado mexicano que acudió a la oficina del único abogado que había en Picadillo, pequeño lugar de Texas (se pronuncia Picadilo), y le dijo que quería hacerle una pregunta. “Shot” -lo conminó el letrado en el mejor estilo de la región, que conservaba aún reminiscencias del Salvaje Oeste: por ahí habían pasado alguna vez Doc Holliday, Wyatt Earp, John Ford y John Wayne. Dijo el mexicano: “Primero, abogao, permítame contarle los antecedentes. Yo salí de mi pueblito allá en el sur de México ya hace muchos años. Logré cruzar el río Bravo y encontré chamba con un gringo que me ocupó primero en su rancho, de peón y jornalero, y me llevó luego a su casa como jardinero y mozo. Onde, abogao, le gusté a la gringa, y entramos, pos, en una relación. Como ella me protegía junté mis centavitos, me traje a mi mujer y le dieron trabajo también ahí en la casa. Onde, abogao, al gringo le gustó mi esposa, y entraron también ellos en una relación. Así estuvimos muchos años, yo con la gringa, y el gringo, pos con mi señora. Onde, abogao, murió el gringo, y hace una semana murió también la gringa. Y fíjese que no hicieron testamento, ni tienen familiares”. “Bueno -se impacientó el letrado-. ¿Y cuál es la pregunta?”. Respondió el mexicano: “Abogao: con todo lo que le he dicho, el gringo y yo ¿qué venemos siendo?”. Sé poco de Derecho Internacional Privado, pero pienso que el indocumentado mexicano y el difunto gringo no vienen siendo nada. Si llevamos eso al trato entre países recordaremos la afirmación según la cual los Estados Unidos no tienen amigos: tienen intereses. ¿Por qué Estados Unidos es el único país del mundo en el que nunca ha habido un golpe de estado? Porque Estados Unidos es el único país del mundo en el cual no hay embajada de Estados Unidos. Eso significa que las baladronadas de Trump y sus mastines no son para tomarse a la ligera. Tan desquiciado está ese individuo, tan radicales y racistas son algunos de sus cercanos colaboradores, que las desorbitadas amenazas de enviar fuerza militar a México para combatir al narcotráfico no pueden considerarse sólo cuestión de retórica política, palabrería discursera o alarde puramente demagógico: han de verse como posibilidad real. Desde luego aquí no cabe lo de “el acero aprestad y el bridón”, como tampoco el vehemente masiosare del Himno Nacional. Imposible enfrentar con la fuerza a ese bully de taberna que es el nefasto Trump. Nuestro país debe entonces empezar a poner en juego todos los recursos de la diplomacia para evitar que se desate ese loco de atar que es el próximo ocupante de la Casa Blanca, quien precisamente por ser tan incapaz es capaz de todo. Por ahora fijemos la vista en la embajada norteamericana. Si Trump quita al embajador Ken Salazar y pone a otro, eso será aviso seguro de endurecimiento, y anuncio, por lo tanto, de conflicto. ¡Cuidado! Y más no digo, porque yo mismo ya me estoy poniendo nervioso con lo que acabo de escribir. Mejor cambio de tema. La señorita Peripalda llamó por teléfono a la estación de policía más cercana y se quejó de que los estudiantes que vivían en la casa vecina de la suya tomaban el sol desnudos en el jardín, lo cual ofendía su pudor, pues se veían desde su ventana. Fue un agente a investigar el caso y le dijo a la catequista: “Señorita: la ventana está muy alta. Desde aquí no se alcanza a ver el jardín de sus vecinos”. “¿Qué no? -lo desafió ella-. Arrime esta mesa a la ventana, sobre ella ponga una silla, sobre la silla el buró, luego súbase, y después dígame si no se ve”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

Cada época tiene sus divas cinematográficas.

Mis amigos dicen que las de mi tiempo fueron Pola Negri y Mary Pickford. Exageran. Tratándose de México las máximas estrellas femeninas fueron María Félix y Dolores del Río, aquéllas de la edad de oro de nuestro cine, el del Indio Fernández, Pedro Armendáriz y Gabriel Figueroa. No ha habido ni volverá a haber un cine mexicano de tanta calidad fílmica y tan gran hondura argumental como ése.

Silvia Pinal fue diva en una etapa posterior y diferente. Su belleza y su talento la llevaron a ser lo que fue: figura dominante en el cine, el teatro y la televisión del México moderno. Admiré su espléndida belleza en “Simón del Desierto”; aplaudí su gran talento histriónico en “El inocente”.

Mujer libre, Silvia Pinal vivió su vida sin ataduras ni sujeción a convencionalismos. Tuvo quebrantos dolorosos; conoció las penalidades que han sufrido incontables mujeres mexicanas, pero eso mismo le sirvió de inspiración para su trabajo artístico, que tantos buenos frutos entregó durante muchos años. Merece el título que se le ha dado: la Última Diva.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“Silvia Pinal mostró su busto y su talento en ‘Simón del desierto’, película de Buñuel con Claudio Brook”.

Entre esas celebridades

-¡cómo lo recuerdo yo!-

Silvia Pinal enseñó

sus mejores cualidades.