Dislate Histórico

El Trauma de CSP

Claudia Sheinbaum Pardo exalta su condición de ser la primera presidente (a) de la historia de México y no hay quien pueda negarlo -a menos que admitamos que hubo un fraude mayúsculo- considerando que nuestra nación, como tal, tiene 203 años de historia. Pero, además, si consideramos los trescientos años de la llamada Nueva España, la época colonial en donde la esclavitud fue eje del progreso de hispanos y criollos, la relatoría de la mandataria-mandante se eleva, como bien dijo, a quinientos tres años, es decir desde la era que siguió a la caída de Tenochtitlán y las muertes de los últimos tres tlatoanis: Moctezuma Xocoyotzin, Cuitláhuac y Cuauhtémoc.

Los nombres de los dos últimos han servido para señalar a algunos de los más conocidos políticos de nuestros tiempos. Por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas quien es uno de los más importantes constructores de una democracia que se ha retraído en los años recientes o Cuitláhuac García Jiménez, gobernante saliente de Veracruz. Y parece que no todos saben el significado de estos nombres, si bien el de Cuauhtémoc ha tenido diversas connotaciones: “águila que cae” o “águila que desciende”.

Es el caso, en cambio, que el nombre de Cuitláhuac, como el miserable gobernante de Veracruz, tiene una connotación extraña que solo los padres aztecas podrían explicarnos: significa, nada menos, “excremento de Dios” o “excremento seco”. A menos, claro, que hubiese sido una revelación temprana de lo que serían quienes fueran llamados así en el futuro, más de 500 años después.

Lo interesante es que Tenochtitlan -no México- si tuvo una mujer como gobernante: Atotoztli, hija de Moctezuma Ilhuilcamina, esposa de Tezozómoc y madre de Axayácatl, y gobernó, como Tlatoani, entre 1469 y 1481 lo que le otorga a la señora Sheinbaum cuarenta años más desde entonces como primera mujer en asumir la gobernanza de México en 543 años. Desde luego, si se considera que tal ocurrió entre los emperadores aztecas, los sumados trescientos años antes de la Consumación de nuestra Independencia también debieran considerarse igual pues México no había nacido entonces.

Por cierto a Atotoztli no se le considera entre los once Tlatoanis por una misoginia exacerbada pese a que extendió su poder a doce años, dos sexenios de ahora, y legó el trono azteca a su hijo defendiendo así el linaje imperial de aquellos tiempos anteriores a la invasión hispana. Pero quizá las disculpas que exige el gobierno mexicano a España están fuera de lugar porque se refieren a una guerra que no fue de exterminio -como la de los anglosajones que masacraron a los indígenas de lo que es hoy Estados Unidos de América-, y derivó en el encumbramiento de la primera nación mestiza a partir de la fusión de razas con el español Gonzalo Guerrero quien optó por quedarse entre los mayas y, sin saberlo acaso, dando fruto con los primeros mestizos mexicanos.

La afrenta mayor es otra. Al rendirse Tenochtitlan, luego de haberle ganado a los invasores varias batallas, surgió la figura de Tecuichpo, hija del segundo Moctezuma -él fue quien se encontró con Hernán Cortés-, arrebatada por los invasores y entregada al capitán que comandaba la intervención sobre las tierras de Mesoamérica. Cortés, como era de esperarse, violó y escarneció a la hija del emperador azteca para, con ello, subrayar su victoria y la posterior sumisión de la raza de cobre. De este repugnante hecho, por desgracia, nació una niña a la que le fue impuesto el nombre de Isabel -Tecuichpo-Leonor fue nombrada su madre, patronímico como el que lleva la hoy heredera de la Corona española como una fatalidad del destino-, y enviada a España porque su madre la rechazó al considerar que no podía aceptar a la hija de quien había avasallado a su pueblo.

Fue así como Leonor llegó a la península ibérica y fue tratada como una exótica princesa del otro lado del océano. Por supuesto, se cristianizó y posteriormente sus descendientes, españoles por nacimiento, fueron honrados como titulares del Condado de Miravalle desde 1690 hasta la fecha. Actualmente, la condesa es Carmen Ruiz Enríquez de Luna, quien es la XIII titular, y mantiene vivo un litigio con México al considerar que deben recuperar la “pensión de los Moctezuma” que consistía, nada menos, en mil 480 gramos de oro anuales equivalentes, en 2020, a noventa mil dólares, un millón ochocientos mil pesos al tipo de cambio actual.

Tal absurdo estipendio fue suspendido en el gobierno de Abelardo L. Rodríguez Luján (1932-34) y, desde entonces, los Miravalle consideran que se les debe pagar las “pensiones no pagadas” como un reconocimiento al linaje Moctezuma que, por cierto, tiene representantes en México porque aquel Tlatoani, Moctezuma, tuvo diecinueve hijos y no solo la nombrada Isabel por el bautismo del catolicismo en Europa.

Este despropósito debe ser superado y no con intercambio estúpido de disculpas que más parecen una suerte de juegos infantiles como el de la “víbora, víbora de la mar”, tan presente en las fiestas de los niños mexicanos... juntando los vocablos mar y víbora. ¿Cuánta razón hay en ello!

No suelen ser los berrinches la mejor argumentación para las disputas diplomáticas. Debe serlo la historia y el entorno mundial del presente que no debiera elevar las rencillas y los agravios cuyo cauce lleva al belicismo y la total incomprensión.

La presidenta de la República -le damos gusto usando la a y no la e como marcan los cánones de la ortografía-, hereda los muchos gatos en la barriga de su predecesor quien, por cierto, se fue de puntitas a su rancho de Palenque sin que cumpliera su propósito de permanecer unos días en la capital del país para “aclimatarse” a la tremenda diferencia entre tener el poder al completo a la condición de ciudadano común.

No estamos para dislates ni para nuevos caprichos destinados a ampliar los negocios pendientes del famoso “clan López Beltrán”, entre ellos la fiebre ferroviaria que también elevó la calentura de la nueva mandataria-mandante en este período de duda sobre su personalidad atrofiada. Esperemos que no persista en ser simplemente una copia al carbón del perverso mesías de Macuspana.

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