Políticos, dinero
Subasta de narcos
Durante su acotada campaña presidencial, en 1994, Luis Donaldo Colosio fue invitado a un rancho sinaloense para que se tomara un breve descanso. Allí le esperaban sus anfitriones, quienes se presentaron como agricultores simpatizantes y así lo recogieron los responsables de la agenda del candidato –no olvidemos que el coordinador general era el doctor y simulador Ernesto Zedillo-, y algunas bellas edecanes dispuestas a relajar a los convidados. Cuando llegó Colosio se tomaron, todos, unas fotografías.
Resulta difícil creer que un político de la dimensión de Luis Donaldo, en la antesala de Los Pinos además, no pudiera reconocer al personaje que se sentó al lado suyo al momento de tomarse la instantánea. Los expertos de la DEA sí lo hicieron: se trataba, nada menos, de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, uno de los narcotraficantes más buscados por las corporaciones policiacas de México y los Estados Unidos. La versión fue publicada en “Los Cómplices” –Océano, 2001- sin que fuera negada o descalificada por las instancias oficiales. Veinte años después ya tiene fe pública y periodística.
Pese a ello, nadie ha actuado en algún sentido para determinar antecedentes y efectos de lo narrado, sobre todo porque lleva, sin remedio, a otro siniestro escenario, el de Lomas Taurinas, en donde Colosio perdió la partida contra quienes apostaban en su contra desde Los Pinos. Ninguna indagatoria ha podido resolver el misterio, aun cuando se insiste en que los grandes “capos” pudieron haber servido como brazos ejecutores. Cuantas veces se maneja esta versión, sobre todo en la Fiscalía General de la República, se admite que hubo una línea de investigación al respecto pero no se aportan datos específicos asumiendo la secrecía obligada de las fuentes oficiales.
Cuando quedó instalado el doctor y simulador Zedillo en la entonces casa presidencial, se extendieron los rumores acerca de que los “cárteles” con mayor operatividad habían financiado las campañas electorales de varios de los mandatarios latinoamericanos en ejercicio entonces. Las averiguaciones pusieron en la picota al colombiano Ernesto Samper con el consiguiente escándalo institucional. ¡Desde entonces!
En tales circunstancias, en el estreno de sus “conferencias mensuales”, el doctor y simulador Zedillo fue interrogado sobre si tales veneros le habían alcanzado. La reacción fue desorbitada: el mandatario no solo negó la especie sino decidió no ofrecer más entrevistas, en contra de lo que se había propuesto y difundido, para no caer en el juego “de los perversos”. Pese a ello, no hizo nada para aclarar los sustentos respecto a las sospechas de fondo.
Igualmente trascendió, tras el crimen contra Colosio, que la entrometida DEA estadounidense había sugerido a Zedillo como lo había hecho con Luis Donaldo, sucedáneo del candidato asesinado, desvincularse de algunos colaboradores bajo sospecha, entre ellos Liébano Sáenz Ortiz –la versión completa pueden hallarla los amables lectores en “Los Cómplices” y también en la posterior “Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-, quien se había desempeñado como director de prensa y relaciones públicas del aspirante asesinado. El señor Zedillo ofreció hacerlo y, entre otras decisiones insólitas, optó por convertir a Sáenz en su secretario privado con enorme poder operativo durante aquel sexenio, el penúltimo del priismo hegemónico. ¿Casualidades? Aun si lo fueran, la autoridad no puede soslayar el imperativo de investigar, a fondo, condiciones y consecuencias.
La Anécdota
Los gastos excesivos de los suspirantes políticos, en México, han sido siempre motivos de severas dudas. Por ejemplo, en 1995, el mismo año en que fue exhibido Zedillo por un corresponsal extranjero como posible nutriente de los narcos, lo invertido por Roberto Madrazo en curso de convertirse en gobernador de Tabasco fue equiparado con lo que gastó Bill Clinton en su campaña de reelección un año más tarde. Y, desde luego, el primero, con todo y las cajas de la infamia, jamás explicó satisfactoriamente el origen y el destino de millonarios fondos que le apañaron. Tampoco hubo mayores indagatorias judiciales al respecto y el asunto se zanjó cuando Madrazo (el madrazo) fue víctima de un secuestro en las inmediaciones de la Ciudad de México.
El silencio oficial contrastó entonces con las denuncias callejeras de Andrés Manuel López Obrador, quien se dijo robado en la elección de gobernador y exhibió suficientes facturas auténticas para demostrar los gastos ilegales de su contrincante. Con esto hubiera bastado, en un escenario democrático, para tirar por la borda la supuesta “legalidad” de aquellos comicios atestiguados por decenas de periodistas metropolitanos –tengo la lista en mi poder-, llamados ex professo por Madrazo y tratados a cuerpo de rey para que subrayaran, en sus respectivos medios, la “limpieza” de una jornada absolutamente sucia. La vergüenza es su legado y los efectos se ven desde los ventanales del Palacio Nacional para dolor de los mexicanos.
loretdemola.rafael@yahoo.com