Corriente Trump

País o gobierno

Existe una corriente, entre los opositores a la nefasta 4T -deberán ser cinco “T”, incorporando el apellido del presidente electo de USA-, que insiste en que el nuevo arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, el ya próximo 20 de enero de 2025, significará una gran oportunidad para guillotinar al gobierno de Claudia Sheinbaum, tan obtuso, con solo cumplir la prioridad que se ha impuesto: atacar de frente el problema migratorio y acompañar tal decisión con una masiva deportación de indocumentados, sobre todo mexicanos, a sus países de origen.

Bastaría con eso para desquiciar la economía de la nación considerando la improbable capacidad de la administración federal para crear los empleos que urgirían a los “deportados” y que, por obvias razones, ya no podrían introducirse a la potencia del norte; y, además, ello significaría, sin duda, una tremenda disminución de las remesas por más que sirvan de escudo a los dineros sucios del narcotráfico. Dos golpes de nocaut.

Hay otra cosa, desde luego: la amenaza sobre la persecución de los cárteles en nuestro territorio. Fue espeluznante, en este sentido, el análisis del doctor Arturo Saruckán en el sentido de que es improbable una invasión militar del norte a nuestro país porque ello requeriría la aprobación del Congreso -que en USA sí vale aunque tengan los republicanos del anaranjado la mayoría en las cámaras de representantes y el senado-, pero sugirió que Donald podría ordenar el ataque con drones provistos de misiles a algún o algunos laboratorios de fentanilo localizados en México, los cuales nuestro gobierno oculta por razones inicuas acerca de la seguridad del Estado, nunca más vulnerable que ahora.

Y es aquí donde aparece la disyuntiva: ¿es nacionalista pretender que un antimexicano, como Trump, sea visto como el virtual salvador de nuestra patria porque podría derribar a los corruptos impunes de la 4T? La pregunta es, en sí, una sesgada amenaza bajo el látigo de la manipulación mediática, hábilmente manejada por los seguidores del exmandante norteamericano y primero en acceder a la Casa Blanca dos veces no seguidas sino luego de tres elecciones.

Viene la reflexión obligada. Es necesario, por encima de cualquier otra querella, entender que una cosa es el gobierno y otra el país que se forja con un enorme conglomerado unido por familias y paisanos que amamos profundamente. La ofensiva contra un gobierno infame nos corresponde solamente a quienes somos mexicanos –“un soldado en cada hijo te dio”-, y no a una fuerza del exterior contaminada por la sed de conquista y la baja politiquería de la venganza y la estulta prepotencia. En cambio, una intervención como sería atacar nuestro territorio -así fuese para volar los laboratorios de fentanilo- no es admisible si ponderamos la soberanía nacional y la fuerza de un colectivo que vería tal afrenta como la exaltación de la sumisión, esto es una degradación global que arrojaría a la basura todo por cuanto hemos luchado: la libertad, sobre todo, la autodeterminación y la democracia.

Es el anterior el principal desafío que ahora se nos presenta, incluso mayor al de la creciente e imparable violencia que se empeñan en minimizar las marionetas y los eunucos del Palacio Nacional, sobre todo cuando el crimen organizado, aprovechando las circunstancias y el temor manifiesto de la presidenta(e) Sheinbaum, han tomado como rehén a más del 80 por cierto del suelo nacional fustigando, amenazando y asesinando a cientos de compatriotas a quienes nadie atiende ni considera, mucho menos la Defensa -ya no la Sedena, por obra y gracia del sello Claudia-, porque su comandante(a) supremo(a) no quiere mirar más que a la agenda de su predecesor a quien Trump, ya electo, mandó saludar a través de la mandante en funciones como una especie de mensaje acerca de que sabe quién manda todavía en México.

Ni duda cabe acerca de que tiene bastante más información que los aduladores permanentes de la mandante, entre ellos, claro, el tímido y apocado canciller Juan Ramón de la Fuente, de escasas luces internacionalistas. Mucho menos está en condiciones de auxiliar a la señora Sheinbaum el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, indispuesto con la jefa del Ejecutivo desde hace mucho tiempo y cansado de ser un “buen segundón”.

El caos está servido. Ello no implica que la oposición, renovado el PAN recientemente, haga su papel aunque nunca haya estado en su verdadero sitio y nivel. Deben entender, de una vez por todas, que no se trata ya de que los partidos busquen adherentes -el PAN los requiere con urgencia porque su militancia está en el borde de la pérdida del registro-, sin que más bien se unan a las causas de la ciudadanía. Esto es: no es razonable que se busquen simpatizantes como si se tratara de una pesca desde algún muelle, sino de tirarse al mar a convencer a los peces hartos de los errores, los anzuelos y las algas podridas que les han proporcionado a través de las décadas recientes.

Lo hemos dicho en otras ocasiones: al pueblo de México le quedan muy chicos los partidos disidentes y no tolera el imperio de uno solo, financiado por el poder, sea el PRI en otros tiempos y Morena en la actualidad.

Esta es la gran disyuntiva política de nuestros tiempos bajo el flagelo de la impudicia y la ausencia de proyectos que detengan los afanes expansionistas del norte con una figura repulsiva desde hace mucho tiempo: la de un magnate hallado culpable de 34 cargos de distinta índole y otros 24 en pleno proceso. Claro, como presidente electo, tienen capacidad para manejar la justicia a su modo… como ya está pasando en México también. Siempre copiamos lo peor, nunca lo aceptable.

En fin, el túnel se hace más amplio y las lucecitas del final están ya apagadas. Y mucha culpa de ello la tenemos todos y cuantos hemos querido dejar pasar las afrentas, asimilándolas, cuando ya va siendo hora de levantarse de la pesadilla.

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