A las mexicanas y mexicanos: Los procesos transformadores abarcan un sinfín de materias, cuyos mejores resultados se hacen tangibles en la vida cotidiana, debido a que las nuevas nociones de la realidad y la amplitud de los entendimientos de ésta conllevan necesariamente a profundas reflexiones cuyo objetivo es el buen vivir.
Una visión centrada en el ser humano como parte de un entorno natural y social que tiene sus raíces en nuestros pueblos originarios, donde el equilibrio y la armonía de las relaciones con la naturaleza y la colectividad son el eje articulador para una vida plena.
Evidentemente esa vida buena se aleja de los postulados neoliberales supracentrados en los mercados y en la cosificación de las personas, de los animales y de los recursos naturales.
De ahí que el reconocimiento del Décimo Primer Tribunal Colegiado en materia Administrativa en la Ciudad de México sobre que los animales de compañía son integrantes de la familia, son sujetos de derecho y que existe un nuevo tipo de familia denominado familia multiespecie, constituye una auténtica reivindicación de nuestros orígenes socioculturales que marca un hito en la dinámica y evolución social.
No se trata de un intento de humanizar a los seres sintientes, sino de reconocer la responsabilidad que tenemos frente a ellos debido al proceso de domesticación al cual los hemos sometido en nuestro beneficio y de hacernos conscientes de la necesidad que tenemos de ellos.
Existe una realidad a la que no podemos sustraernos, en México hay 80 millones de mascotas, mayoritariamente la población reconoce sus derechos y se declara respetuoso de éstos; han pasado a ser en algunos núcleos familiares parte de ellos y “desempeñan un papel de protección, apoyo, compañía, cariño y cuidado hacia los humanos”, tal y como lo señaló el Tribunal.
Esta nueva forma de relación y de vida debe estar normada y protegida por la Ley, no solo porque es un fenómeno presente, vigente y creciente, sino porque de aquí derivan una multiplicidad de problemáticas y necesidades que deben ser atendidas.
El reconocimiento de la existencia de una familia multiespecie consigna que los perros de una pareja que habita en la Ciudad de México son miembros de su familia y no de su propiedad. Lo cual es importantísimo para el desarrollo social y humano, ya que la propiedad y la categoría de dueño cosifica a los animales.
Que sean las personas las que reclamen su integración familiar como un miembro más, significa un proceso evolutivo de singular relevancia para la humanidad en su conjunto.
Las nuevas condiciones sociales y culturales en México y en el mundo reclaman lazos sensibles, respetuosos y aceptantes. Las y los magistrados explicaron que “la relación de apego es recíproca entre personas y animales domésticos […] es clara pues se les trata como parte de la familia”. Por lo que la Constitución de la Ciudad de México establece su protección al considerarlos seres sintientes y sujetos de amparo en su dignidad.
Lo anterior significa que tanto la Ley como el Tribunal han sentado un precedente, considerando no sólo la perspectiva jurídica, sino también la social y emocional, lo que tiene una gran trascendencia. Es una decisión histórica y un parteaguas para regular la vida en una nueva sociedad, lo que supone abrirse a nuevos paradigmas y asumir el reto que conlleva.
No es que me niegue ni reniegue del avance tecnológico, no mientras esté al servicio de todas y todos, pero no puedo dejar de apuntar que, paradójicamente, en la era de la tecnología en pleno auge de la inteligencia artificial las personas y familias reclaman compañías y entendimientos propios de la inteligencia emocional y no de aquellas inventadas para satisfacer la inmediatez y la supremacía de unos sobre otros.
Lo que sucede me confirma que la justicia debe estar al servicio de la sociedad y no de la política, y que toda transformación debe poner en el centro de sus decisiones el bienestar de las personas y su entorno, jamás el de los capitales.