La motivación ha sido objeto de estudio por siglos, desde los filósofos clásicos hasta los psicólogos contemporáneos. Es una fuerza intangible pero esencial que impulsa nuestras acciones, dirige nuestras metas y determina nuestra capacidad de adaptarnos a los cambios.

Abraham Maslow, con su famosa pirámide de necesidades, ya señalaba que la motivación está enraizada en satisfacer nuestras necesidades básicas y, una vez cubiertas, avanzar hacia la autorrealización. Pero ¿cómo funciona realmente este impulso en un contexto de transformación personal y social?

¿Qué sucede cuando el entorno se vuelve hostil o la adversidad parece insuperable? Aquí es donde la motivación juega un papel crucial. No es solo la chispa inicial que enciende una acción, sino el combustible que la mantiene.

En tiempos de incertidumbre, como los vividos durante la pandemia global, hemos sido testigos del poder de la motivación colectiva, desde los profesionales de la salud hasta los pequeños emprendedores, todos impulsados por el deseo de superar los retos. La pregunta clave es: ¿qué nos motiva a seguir adelante cuando parece que no hay salida?

Los estudios en psicología social revelan que la motivación no es un proceso aislado. Está profundamente influenciada por nuestras relaciones y el entorno en el que vivimos. Bandura, con su teoría del aprendizaje social, subraya que aprendemos a través de la observación de otros y nuestras interacciones con ellos, lo que significa que nuestra motivación puede crecer o disminuir dependiendo del apoyo que recibimos.

En términos de cambio social, los movimientos más importantes han sido motivados por el deseo de justicia, libertad o equidad, mostrando que la motivación puede ser un motor para transformar sociedades enteras.

Sin embargo, la motivación no siempre es fácil de mantener. Uno de los mayores retos que enfrentamos es la persistencia. Es fácil estar motivado al principio de un proyecto o un cambio, pero ¿qué ocurre cuando nos encontramos con obstáculos? La falta de resultados inmediatos puede debilitar incluso las mejores intenciones. Aquí es donde entra el concepto de la “motivación sostenida”, que según Carol Dweck, creadora de la teoría de la mentalidad de crecimiento, depende de la capacidad de ver el fracaso no como un final, sino como una oportunidad de aprendizaje.

El potencial transformador de la motivación también reside en su capacidad de adaptarse y evolucionar. Lo que motiva a una persona en su juventud puede no ser lo mismo que la motiva en la madurez. Por ejemplo, muchos encuentran que su motivación inicial para alcanzar el éxito económico cambia con el tiempo hacia un deseo de encontrar propósito o dejar un legado. Este cambio es natural y muestra cómo la motivación es dinámica y refleja nuestras prioridades cambiantes.

A nivel personal, la motivación puede llevarnos a lograr cambios profundos. Desde personas que superan adicciones hasta quienes reinventan sus carreras a mitad de la vida, la motivación, combinada con la acción, tiene el poder de transformar no solo circunstancias, sino también identidades. Cada paso hacia una nueva meta refuerza la idea de que la motivación no es solo el destino, sino el viaje en sí.