Claudia Sheinbaum ya es presidenta de México y tendremos -hay que darle el privilegio de la duda- la oportunidad de conocer quién es ella ahora que está empoderada con la investidura y puede, si quiere, ser plenamente independiente y dueña de sí misma.
No tengamos prisa, todo titular del ejecutivo federal, estatal o municipal que llega al cargo relevando a alguien de su mismo partido, lo hace con ataduras y compromisos con quién se va y le toma un tiempo el tener todos los hilos para efectivamente poner en marcha sus verdaderas intenciones, estilo y prioridades.
Claudia Sheinbaum llega después de un presidente que ha sido vertical y absolutamente dominante en el escenario político, quien se va, pero le deja el control de su equipo, así que la nueva presidenta va a requerir de tiempo para encontrar su espacio y el momento de ser ella quien mande en la realpolitik, si es que desea hacerlo.
Yo tengo la esperanza que así será, porque hay evidencia de que existe una talentosa Claudia Sheinbaum más allá de la sombra del caudillo.
Tengo muy presente que apenas ella ganó la elección, en ese 2 de junio, su tono inmediato fue el llamar a la reconciliación nacional e incluso se mostró cauta respecto a la velocidad y prioridad que debía darse a las reformas constitucionales con las que quería concluir su sexenio su antecesor.
Esa expresión de independencia política duró poco, pues enseguida vino la corrección desde Palacio Nacional y Claudia Sheinbaum ajustó el discurso y endureció la línea.
Se abandonó la idea de la reconciliación, se definió la reforma al Poder Judicial como cosa irrevocable y volvió al país de la polarización, de “ellos vs. nosotros”.
De hecho, en su discurso de toma de posesión de esta semana no hubo espacio ni para la reconciliación nacional ni para la oposición, tampoco un mensaje de trabajo conjunto para todo el país, eso fue dramático, pero también revelador.
Tanta disciplina y loas frente a quien ya está “retirado” no es durable ni sostenible viniendo de la titular de un Poder Ejecutivo sobrefortalecido, y suena más a actitud estratégica que a verdad del alma.
De sus palabras del 2 de junio “concebimos un México plural, diverso y democrático. Sabemos que el disenso forma parte de la democracia y, aunque la mayoría del pueblo respaldó nuestro proyecto, nuestro deber es y será siempre velar por cada uno de los mexicanos sin distingos. Aunque muchos mexicanos no coincidan plenamente con nuestro proyecto, habremos de caminar en paz y en armonía para seguir construyendo un México justo y más próspero”, el 1º de octubre quedó muy poco, casi nada. Lo anterior es natural pues tenía a unos centímetros de distancia a su antecesor y estaba rodeada —me atrevo a decir “sitiada”— por un movimiento del que ella forma parte, pero que no es, todavía, de ella.
Sí, Claudia Sheinbaum está bajo sitio, ya veremos si ella acepta ese como su lugar irremediable o simplemente estamos ante una circunstancia natural en todas las sucesiones que se dan bajo un mismo partido. Insisto, seamos pacientes, yo no creo que Claudia Sheinbaum pertenezca a la escuela política del cinismo, sería dramático que una hija del Movimiento del 68 haya convertido toda su trayectoria en una simple escalada al poder.
Siendo consecuente con lo que ha dicho toda su vida, ella no puede estar a favor de una presidencia imperial como la que llevó a la tragedia de Tlatelolco, tampoco puede estar a favor de la militarización de la vida pública o del ejército en labores policiacas que llevaron a la noche del 2 de octubre y la erosión por décadas del debido prestigio de nuestras fuerzas armadas.
Si Sheinbaum tiene claro de dónde viene, no puede apostar por eliminar a la autoridad electoral autónoma que publique sin chistar los resultados que le dicten desde Gobernación y menos pensar que en el Congreso no debe haber representación proporcional.
Démosle tiempo para ver si ella decide seguir la ruta de Lázaro Cárdenas -o la de Abelardo L. Rodríguez- frente a Plutarco Elías Calles. Apenas está llegando, apenas está construyendo espacio para su presidencia, hoy -hay que reconocerlo- sigue rodeada de cuadros y políticos que no son suyos. Mi deseo es que Claudia Sheinbaum se decida a ser la primera presidenta de México, sería lo mejor.