Charles Darwin sostenía que la diferencia más importante entre hombres y animales radica en el sentimiento moral. Para el padre de la evolución, los animales, sea por instinto o por sus genes, solo apoyan a los suyos, mientras que los humanos, debido al lenguaje o por genética, no solo cuidan de la familia o del entorno inmediato, sino de todos los seres humanos. Darwin (1809-1882), pienso, postuló esa idea porque tenía fe en el ser humano. Ha transcurrido mucho tiempo desde la muerte del gran naturalista británico y, aunque en su tiempo la humanidad se mostraba “como era”, correcta, empática, voraz, solidaria, la de hoy es diferente: la insanidad, sus enfermedades y el racismo han aumentado.
Hoy Darwin cuestionaría su idea, no tanto por los descubrimientos de la genética sino por las evidencias de la realidad. Hablar en la actualidad de sentimiento moral como característica de la especie humana es equivocado; hacerlo a nivel individual es correcto: hay, por fortuna, suficientes seres humanos “buenos”, investidos por conductas éticas.
Quizás Darwin leyó la Teoría de los sentimientos morales (1759) de Adam Smith, filósofo moral que explica que la empatía es una cualidad humana por medio de la cual un sujeto tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro sin pretender necesariamente obtener beneficios. Los sentimientos morales postulados por Smith, agrego, “humanizan al ser humano”: lo acercan a sus vecinos, y en ocasiones, los convierten en sus otros yos. De eso trata el libro de Smith y a eso se refiere Darwin cuando habla de sentimientos morales.
¿Por qué prevalece el mal y no el bien?, ¿por qué el sentimiento moral de Darwin, Smith, Lévinas, Buber y tantos otros pierde ante el poder destructivo del ser humano? Me refiero a los refugiados africanos, a los niños y niñas sirios, a las cruentas muertes de inocentes en Gaza y en Ucrania, a quienes fenecen en los mares entre África y Europa y a todos los otros, cuyo destino, antes de nacer, los coloca en la cloaca de los innominados.
Concluyo —en realidad nunca concluyo— con Yuval Noah Harari. En De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (Debate, México, 2015) escribe: “Lamentablemente, el régimen de los sapiens sobre la Tierra ha producido hasta ahora pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos. Hemos domeñado nuestro entorno, aumentado la producción de alimentos, construido ciudades, establecido imperios y creado extensas redes comerciales. Pero, ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo? Una y otra vez, un gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de los sapiens individuales y causó una inmensa desgracia a los animales”. La postura de Harari invitaría a Darwin a replantear su idea acerca del sentimiento moral.
Siempre es necesario buscar culpables. El primer lugar lo ocupan los políticos. Pocos se salvan. Mis amigos Mark Twain y Ambrose Bierce me ayudan. Comparto sus definiciones sobre políticos. Twain: “Es imprescindible que los políticos y los pañales se cambien a menudo y por el mismo motivo”. Bierce: “Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundir y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo”. Y agrego su definición de política: “Conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en provecho privado”. Todo un tratado de nuestros políticos.