De las enfermedades hay muchas clasificaciones. Pueden ser contagiosas, infecciosas, inflamatorias, congénitas, mentales y muchas más.

La funesta reforma judicial, entendiendo por esa palabra lo que dice la Real Academia, que trae o implica ruina o desgracia, promovida por el Ejecutivo federal, ha dado lugar a otras clasificaciones, patrióticas, antipatrióticas, convenientes y también de memoria.

Entre los que han anunciado algún padecimiento, tenemos a la ministra en retiro de la Suprema Corte de Justicia, quien anunció que ante un malestar físico había acudido a su cardiólogo, quien le recomendó se hospitalizara para ser atendida.

Respecto de ella me hago una pregunta. Su ausencia le impidió estar presente en la desaseada -por decir lo menos- sesión en donde la Cámara de Diputados aprobó la mencionada reforma, y que por haber sido con mayoría calificada, pasará a la siguiente instancia legislativa.

A propósito de su no presencia, me pregunto si efectivamente habrá sido un malestar cardiológico o de conciencia. El primero se remedia con medicinas de patente o del doctor Simi; el segundo debe provocar remordimiento de estar atacando a una institución a la que sirvió por muchos años, y de la que, con seguridad, sigue disfrutando las prestaciones que se les conceden, a mi juicio, merecidamente, a quienes sirvieron en el más importante tribunal de México.

Además, en esa noble, brillante, limpia y valiosa institución su hija presta sus servicios, y por la carrera judicial que existe, ocupa un cargo de mayor relevancia que el que tenía cuando ingresó.

Remordimiento que también ha de invadirle al contemplar la violación a las órdenes de la Justicia Federal respecto de suspensiones dictadas por jueces con atribuciones para hacerlo. Si la enfermedad no es auténtica, le llegó tarde, y no se escuchó su voz denunciado los demenciales conceptos de esa reforma.

Otro legislador enfermo es el líder de la Cámara de Diputados, el doctor en Derecho, Ricardo Monreal. Él tiene una seria falla en la memoria. Como profesor que es de Derecho en el Doctorado de la Facultad de Derecho, olvidó la fuerza que tiene una suspensión tanto provisional como ahora definitiva.

Me cuestiono qué podrá explicarles a sus alumnos del doctorado para justificar su conducta; incluso me atrevo a preguntarme si se sentirá con ánimo de regresar a su cátedra después de lo que ha promovido y encabezado.

Con voz muy fuerte, casi a gritos, se atrevió, sin dar fundamento alguno a hablar que esa reforma que habían aprobado, acabaría con la “podredumbre” (sic) del Poder Judicial.

Lo dijo tan fuerte en la sede alterna de la Magdalena Mixihuca, que debe de haberse escuchado hasta la alcaldía Cuauhtémoc, en donde hablando de podredumbres, hemos sido testigos de una resolución electoral que arguyendo razones sin sentido, está arrebatando el triunfo a quien ganó en las urnas. Ignoramos cuál podrá ser el resultado final en la instancia judicial a la que se acuda.

Otro legislador enfermo es el senador Miguel Riquelme, quien ha expresado su deseo de estar restablecido para poder votar en contra de la mentada reforma. Por México y por su salud, esperemos así sea.

A los senadores que votarán la próxima semana les exhorto, los invito con la atención que merece su jerarquía, a que contradigan las temerarias afirmaciones del presidente de esa cámara, Fernández Noroña, quien ha dicho que no hay poder humano en la tierra que evite la aprobación de esa iniciativa.

Votar en contra de esa reforma no será solamente no satisfacer un capricho presidencial, sino auténticamente servir al país, la misma presidenta electa agradecerá un voto en ese sentido, porque a pesar de sus declaraciones públicas, sabe bien los problemas económicos e institucionales que puede vivir la nación.