Con motivo del anuncio de que los ganadores del Premio Nobel de Economía 2024 son tres investigadores –Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson– dedicados al estudio del papel de las instituciones en el desarrollo económico, este tema viene a ponerse nuevamente en el centro del debate.
Su principal contribución, de acuerdo con la academia sueca, ha sido demostrar, mediante diversos estudios empíricos, cómo los países ricos cuentan con instituciones inclusivas que crean “beneficios a largo plazo para todos”, mientras que en las naciones pobres han proliferado “las instituciones extractivas que han beneficiado esencialmente a los que están en el poder”.
En México el asunto ha causado gran revuelo porque uno de los estudios más conocidos de estos economistas, “Por qué fracasan los países”, escrito por dos de ellos, Daron Acemoglu y James A. Robinson (Deusto, 2012) comienza precisamente examinando el caso de dos ciudades: Nogales (Sonora) y Nogales (Arizona), que bien podrían haber tenido el mismo nivel de desarrollo, puesto que comparten en buena medida raíces, geografía y recursos, pero que claramente se diferencian.
El análisis de estos expertos tiene ya más de una década, pero las circunstancias que describen no parecen haber variado gran cosa. En la Nogales de Estados Unidos –apuntan– “la renta media de un hogar es de unos 30 mil dólares al año [...] La mayoría de los adolescentes van al instituto y la mayoría de los adultos tienen estudios secundarios […] también tienen acceso a instituciones políticas que les permiten participar en el proceso democrático, elegir a sus representantes y sustituirlos si tienen un comportamiento inadecuado”.
Pero hay algo más, que los autores destacan: “… la ley y el orden. Los habitantes de Nogales (Arizona) pueden realizar sus actividades diarias sin temer por su vida ni su seguridad y no tienen un miedo constante al robo, la expropiación u otras cosas que podrían poner en peligro las inversiones en sus negocios y sus casas”.
En contrapartida y a pesar de que “los habitantes de Nogales (Sonora) viven en una parte relativamente próspera de México, la renta media de cualquier hogar es de alrededor de una tercera parte de la que tienen en Nogales (Arizona).
La mayor parte de los adultos de Nogales (Sonora) no poseen el título de secundaria y muchos adolescentes no van al instituto. Las madres se preocupan por los altos índices de mortalidad infantil. Las condiciones de la sanidad pública son deficientes”. Lo demás –que no es lo de menos para los autores, obviamente– es la precaria democracia y la inseguridad.
¿Por qué las instituciones de Estados Unidos generaron desarrollo en Nogales (Arizona) y las mexicanas atraso en Nogales (Sonora)? Porque las primeras privilegiaron y extendieron la inclusión, mientras que las segundas sólo han reproducido “progreso” para las élites en el poder.
El análisis de Acemoglu y Robinson puede, “mutatis mutandis”, trasladarse a todo el país. Las instituciones que históricamente México ha construido y fomentado la desigualdad extrema, la corrupción y el patrimonialismo. Por supuesto, su análisis es mucho más amplio y puede ser discutible, pero tiene como principal mérito volver a enfocar a las instituciones como un factor medular para el desarrollo económico.
¿Por qué son importantes las instituciones? Porque nos dotan de reglas como sociedad, las reglas que regulan las relaciones sociales, garantizan el Estado de derecho en el plano jurídico, el derecho a la propiedad y la libre empresa en el terreno económico, el derecho a la salud, la educación o que aseguran el ejercicio del voto y la libertad de expresión. Todo esto, desde luego, si hablamos de instituciones inclusivas.
Las instituciones que en el pasado siglo, a partir de la Revolución Mexicana y de la Constitución de 1917 surgida de esta, llegamos a construir los mexicanos, no eran ni remotamente perfectas.
Pero es un hecho que fueron evolucionando, al punto de que este siglo arrancó con nuevas o renovadas instituciones en el ámbito político, económico y social: organismos independientes para regular la competencia económica, defender los derechos humanos, garantizar procesos electorales confiables, promover la rendición de cuentas y la transparencia… En fin, un conjunto de instituciones que venían a apuntalar el marco constitucional republicano y a perfilar un México moderno, exportador, socio de EU y Canadá.
Desgraciadamente todo lo anterior no dejó atrás la enorme desigualdad, ni la corrupción, ni la inseguridad, pero es un hecho –los datos más serios lo avalan– que esos años “neoliberales” fueron mejores que los últimos seis.
Sin embargo, la percepción que producen las ayudas directas o la elevación de los salarios mínimos por decreto es, por supuesto, muy distinta: el ciudadano promedio sigue creyendo que el gobierno de Morena ha hecho “lo que ningún otro”. Por lo demás, la valoración de las instituciones democráticas es muy baja, y ese desinterés por ellas ha sido alimentado cotidianamente desde la Presidencia.
La destrucción, neutralización o captura de la mayor parte de las instituciones a manos del gobierno de Morena, así como el golpe mortal que ha recibido la división de poderes, nos pone de lleno nuevamente en el México de las instituciones extractivas: aquellas en las que anida la corrupción, la opacidad y que están al servicio de unos cuantos clanes dueños de la política, la economía y los negocios.
Los premios Nobel están en lo cierto: dirigidos por un gobierno que desprecia las instituciones, que las somete o aniquila, estamos condenados a seguir en el atraso, la mediocridad y la pobreza.