Mirar
El todavía presidente de nuestro país, desde el inicio de su mandato, dijo que uno de sus compromisos era: ¡Primero los pobres! Para ello, programó sus obras insignias en favor de los más necesitados y del sur del país, la región más marginada.
Eso está muy bien y es muy laudable. Son muy justos los apoyos a ancianos, que haya fuentes de trabajo y que los jóvenes tengan becas para estudiar. Eso está muy de acuerdo con el camino bíblico y con el magisterio social de la Iglesia.
¡Ojalá que en el nuevo sexenio esto no se pierda! Sin embargo, nos duele que se use a los pobres y los programas sociales con fines electoreros, y se aproveche su indigencia para comprarlos en favor de un partido. Eso es indigno; eso es demagogia descarada y repugnante.
He conocido Organizaciones no Gubernamentales (ONGs), que se dedican a defender los derechos de los pobres y a promover a los indígenas. Esto es muy laudable. Sin embargo, su personal gana sueldos envidiables, con todas las seguridades sociales.
Así mismo, hay prestigiadas instituciones europeas y de otras regiones dedicadas a ayudar a grupos marginados del mundo y recaudan grandes donativos; para ello, tienen una organización impresionante, con mucho personal muy bien pagado.
Es admirable su servicio y lo agradecemos de corazón, pero pueden caer en la tentación de vivir de los pobres y de usarlos como escudo para darse una buena vida. Hay quienes lo hacen de todo corazón inspirados por su fe cristiana, pero otros lo hacen sólo por tener un buen empleo.
En nuestra misma comunidad eclesial, no han faltado agentes de pastoral que tienen preferencia por la cuestión social. Eso es de aplaudir. Sin embargo, también hay quienes lo hacen en forma casi obsesiva y reductiva, condenando a quienes llevan otra línea pastoral más integral. Y no han faltado quienes usan esa dedicación a los pobres para tapar graves deficiencias morales en su conducta personal.
Cuando se les llama la atención por esa conducta, se defienden diciendo que se les recrimina por su trabajo en favor de los pobres, y no es por esto, sino por sus comportamientos inadecuados. Como el famoso fundador de una congregación religiosa que recaudaba enormes cantidades de dinero para su apostolado y para programas sociales, pero su conducta era muy reprobable. No hay que usar a los pobres para cubrir nuestras deficiencias.
Discernir
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración Dignitas infinita, aborda el drama de la pobreza en estos términos:
“Uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza. Como ya fue subrayado por san Juan Pablo II, ‘una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos’. Además, sería ilusorio hacer una distinción superficial entre países ricos y países pobres. Benedicto XVI ya reconoció, de hecho, que ‘la riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de super desarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes, donde la dignidad de los pobres es doblemente negada, tanto por la falta de recursos disponibles para satisfacer sus necesidades básicas, como por la indiferencia con que son tratados por quienes viven junto a ellos ”’(36).
Por tanto, con el Papa Francisco hay que concluir que ‘aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que nacen nuevas pobrezas. Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual’. Como resultado, la pobreza se extiende ‘de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza’. Entre estos ‘destructores efectos del imperio del dinero’, se debe reconocer que ‘no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo’. Si algunos nacen en un país o en una familia donde tienen menos oportunidades de desarrollo, hay que reconocer que eso está reñido con su dignidad, que es exactamente la misma que la de quienes nacen en una familia o en un país ricos. Todos somos responsables, aunque en diversos grados, de esta flagrante desigualdad’ ” (37).
Actuar
Ayudemos a los pobres en todo cuanto nos sea posible, pero hagámoslo con respeto a su dignidad y con detalles de amor, apoyándoles en sus necesidades inmediatas; pero, si es el caso, procurando que tengan algún trabajo, para que no sean eternos dependientes de la caridad personal o social.
*Obispo Emérito de SCLC