A lo largo de mi recorrido por varios municipios, cientos de militantes coinciden en que el gran problema que enfrenta Acción Nacional -no de ahora, sino desde hace años- es que a nivel nacional, un grupo de supuestos “liderazgos” -que olvidaron los valores, causas y fines de nuestro partido- se apropiaron de los órganos de decisión y se olvidaron de tomar en cuenta a la militancia.
Es evidente que las decisiones que hasta ahora se han tomado no han sido las mejores, y prueba de ello es que nos encontramos sumidos en el descrédito público y en la pérdida de confianza de los electores.
Por mucho que la dirigencia actual pretenda presumir que somos la fuerza de oposición más fuerte, la realidad es que nuestro porcentaje de votación ha disminuido considerablemente, porque ya no somos una opción política para las y los ciudadanos.
En lo que sí hemos crecido, lamentablemente, es en los mecanismos de cooptación internos y en el aumento del número de cargos -puestos y presupuestos- repartidos entre los mismos grupos, con una ausencia notable no solo de resultados, sino de autocrítica.
Se eliminó el debate interno y los espacios de discusión se convirtieron en lugares complacientes, de autoelogio y comodidad “por el deber cumplido”.
Se cayó en prácticas que criticaron del autoritarismo oficial para asegurar el manejo de los Comités estatales y municipales, a través de compromisos específicos para administrar (y asegurar para ellos y los suyos) candidaturas.
Más aún, vimos cómo el pragmatismo electoral quedó evidenciado por los escándalos de acuerdos oscuros en los que se repartieron espacios de representación y se comprometieron cargos públicos.
Si todo esto no fuera suficiente para seguir abonando a la debacle de Acción Nacional, hay quienes, asumiéndose como portavoces y representantes de la militancia -que no atienden, no escuchan y han decidido ignorar-, desde el oficialismo azul y simulando un ejercicio democrático, llaman a apoyar la entrega del bastón de mando al que representa la perpetuidad del control del partido en las mismas manos.
Dicen que “se requiere un cambio radical, el mandato es claro, renovarse o morir; o el PAN se renueva a fondo… o el PAN no volverá a ser lo que algún día representó para nuestro país”. Efectivamente necesitamos un cambio profundo. Ningún militante, en su sano juicio, piensa en la continuidad.
Me parece que todos estamos conscientes que necesitamos cambiar por completo, pero eso no sucederá si continuamos con los mismos que tomaron las decisiones que hoy nos tienen en esta crisis.
También se convoca a una “Asamblea Extraordinaria, en la que se pongan de acuerdo distintos liderazgos para reformar los estatutos y… ¡ah, sí!, a la militancia, ¡por supuesto!”, lo que evidencia, una vez más, lo poco que importa, a los de siempre, escuchar a los militantes.
Su prioridad es administrar el caos azul desde la cúpula partidista, es decir, que solo unos cuantos definan qué queda, cómo lo reparten y a qué se comprometen, pero dando continuidad a su proyecto, sin voluntad política para promover verdaderas acciones democráticas. En pocas palabras, tienen una visión muy acotada de lo que perciben las y los militantes que se sienten defraudados.
No, el problema no es de estatutos, es de la aplicación de estos para retomar los mecanismos democráticos, en donde las excepciones no sean el método ordinario para definir el rumbo de nuestro instituto político; en donde las voces de todos sean atendidas y escuchadas en beneficio del partido y del país.
Hay que tener, además de voluntad y congruencia para aplicar principios e instrumentos partidistas, vocación de servicio para impulsar las causas de las y los ciudadanos que hoy se sienten insultados por el cinismo con el que se actúa.
El grupo ligado a la dirigencia actual debe asumir la responsabilidad de sus erráticas decisiones de “cómplices y cuotas”. No puede, ni debe ignorar que el sello que nos dejó su trabajo se resume en el desastre de los resultados electorales, el desdibujamiento de la identidad partidista, el descrédito social por la selección de candidatos que traicionaron al partido, el desánimo y malestar de militantes y simpatizantes.
Debemos aplicar los estatutos, sí, pero sobre todo regresarle a este partido la vida democrática, sancionar y señalar lo que no es correcto, abrazar las causas sociales, defender derechos y libertades de manera responsable y con la ética partidista que hasta hace poco nos hacía diferentes, para tomar las mejores decisiones para México. Hay que sacudir las inercias para recuperar nuestra decencia pública.
Por ello es la necesaria, profunda, inevitable, obligada, urgente y democrática reconstrucción interna y no podremos reconstruirnos ni con las mismas personas ni con el mismo proyecto.
Nuestro momento de cambiar es hoy para construir el porvenir posible. Como dijo Carlos Castillo Peraza: “No es tiempo de inventar futuros con el pretexto de que inventarlos salva el presente, sino es tiempo de preservar el futuro por la acción responsable del presente”.