El Partido Acción Nacional (PAN), que ha sido históricamente una de las principales fuerzas políticas de México, enfrenta hoy una crisis profunda en cuanto al respeto a los principios democráticos que deberían guiar su vida interna.
El voto directo de los militantes, estipulado en sus estatutos como el método principal para la elección de candidatos y dirigentes, ha sido repetidamente burlado en los últimos años.
Si bien un grupo de panistas insistimos y logramos que en la elección de la dirigencia nacional se respetara la norma interna, no sucedió así en gran parte de las elecciones locales, donde se impuso a fuerza de la trampa o la simulación, la elección por consejos estatales. ¿Ese es el espíritu democrático del necesario cambio interno?
En el Estado de México y Jalisco, la reelección de sus dirigentes -a pesar del desastre electoral-, fue burda. De hecho, ambos presidentes estatales fungieron como los coordinadores -formales o de facto- de mi contendiente, evidentemente con todo el apoyo de la estructura partidista. No fue distinto tampoco en Guanajuato, en donde no hubo reelección, pero sí simulación democrática, tanto que el proceso fue impugnado.
En el caso de Yucatán, la fuerza del gobierno municipal y también de los actores políticos con cargos públicos se impuso bajo la justificación de una posible intervención del gobernador morenista, antes panista.
Pero curiosamente, las fotos y felicitaciones al nuevo mandatario, que se hicieron públicas, son consideradas como “oficio político”, que lamentablemente no se practica en lo interno.
Un tema más para el análisis es el de Chihuahua, en donde se aperturó una elección para los militantes, pero a la candidata no oficialista se le negó su derecho a participar con argumentos que en lo jurídico son débiles, y de inmediato se inició una convocatoria al consejo estatal para ratificarla en el cargo, sin dar tiempo siquiera a cumplir los plazos de una posible impugnación.
Que puedo decir de Tlaxcala, mi estado; ante los ojos del delegado del CEN del PAN, fueron violentados con gas de extintor, la diputada federal y militantes que se manifestaban, mientras se imponía con trampas -por cierto mostradas también a la dirigencia nacional- el esposo de la diputada local y presidenta del CDE, que un día si y otro también coquetean con Morena.
Estado de México, Jalisco y Guanajuato son tres de los cinco padrones con mayor número de militantes en el país. Puebla ha iniciado el mismo camino y también está entre esos cinco padrones, el quinto es la CDMX y por todos es conocida la historia.
Si hay tanta seguridad de que “todo está decidido”, ¿por qué se vulnera la democracia interna? ¿Por qué el afán de repetir prácticas que fuera de la institución criticamos y exigimos que se erradiquen? ¿Qué necesidad hay de hacer evidentes los descarados abusos de quienes han entregado pésimos resultados?.
Y sin embargo, los mensajes públicos del llamado a “la unidad”, “a la fraternidad”, “al amor por México”, “al reconocimiento” de las trayectorias de quienes no pensamos y actuamos distinto, se repiten una y otra vez, como queriendo autoconvencerse de sus propias palabras, que son simplemente mentiras y por demás huecas, es fácil comprobar con ello el dicho “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.
Se pretende ofender la inteligencia de quienes ya tenemos no sólo muchos años en el PAN, sino que además hemos actuado con congruencia dentro y fuera de nuestro partido.
La democracia interna de los partidos políticos es un pilar fundamental no solo para el buen funcionamiento de las instituciones, sino también para la representación genuina de los intereses ciudadanos.
No se puede dar lo que no se tiene y por eso, quienes llaman a la renovación en realidad están planteando: “un cambio, para que todo siga igual”.
Lamentablemente el principio de independencia también ha sido seriamente comprometido. En lugar de actuar como un organismo autónomo que garantiza la equidad en las contiendas internas, la burocracia del partido ha sido cooptada por un pequeño grupo de dirigentes que, mediante alianzas estratégicas y “cuotas para cuates”, concentran el poder y controlan las decisiones fundamentales del partido.
Esto crea un círculo vicioso en el que los empleos y los puestos de poder se reparten como moneda de cambio para garantizar apoyos, tanto en el partido como en el gobierno. Esta práctica no solo desvirtúa la democracia interna, sino que establece un sistema de clientelismo que viola el principio de equidad al condicionar empleos y recursos a cambio de lealtades políticas.
En resumen, el PAN atraviesa una crisis de legitimidad interna debido a la violación sistemática de los principios democráticos que deberían regir su vida institucional. La imparcialidad, la independencia, la legalidad, la transparencia, la equidad, la objetividad, la certeza y la máxima publicidad han sido relegadas a un segundo plano en favor de prácticas que favorecen a un pequeño grupo de dirigentes y marginan a la militancia.
Por eso estoy decidida a ganar esta contienda, porque es urgente recuperar al instrumento ciudadano para los mexicanos. Lo reitero: esta elección no solo se trata de los panistas, sino de la oposición que queremos presentarle al país.
¡Basta de pedirle a otros que cuiden al PAN cuando frente a México, son los mismos dirigentes y cómplices quienes lo están destruyendo!