La toma de posesión de Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de México abre tantas expectativas como interrogantes. Desde el primer momento, la nueva titular del Ejecutivo asumió compromisos puntuales y delineó las prioridades de su administración, muchas de ellas legadas por su antecesor. Sin embargo, también hereda un país que convoca a moderar las ambiciones y proceder con más cautela que optimismo.
Sería injusto no reconocer los escasos, pero contundentes logros de la administración pasada. El gobierno aumentó el salario mínimo en más de 100 %, creando un círculo virtuoso que incrementó el ingreso promedio de buena parte de la población.
También se redujo el porcentaje de personas en situación de pobreza multidimensional –no así la pobreza extrema. Sobre estos resultados descansa gran parte de la legitimidad y el rendimiento electoral del partido en el gobierno.
Al mismo tiempo, el sexenio 2018-2014 cierra como el más violento desde que se tiene registro, con casi 200 mil (199 mil 619) homicidios y una crisis de desapariciones sin precedente. En los últimos seis años, en promedio, han asesinado a 94 personas cada día y ha desaparecido una cada hora.
Más de 90 % de estos casos han quedado impunes. En más de una región del país, el crimen organizado le ha arrebatado el control territorial al Estado. La estrategia de seguridad simplemente fracasó.
El endeudamiento público también rompió récord. El gobierno pasado incrementó la deuda en 6.6 billones de pesos, el aumento en términos absolutos más alto en la historia. El déficit fiscal de 2024 es el más alto en dos décadas: 5.9 % del PIB.
Si fuera poco, los recursos de los fondos de estabilización gubernamentales están en su nivel más bajo desde 2013. En pocas palabras: las finanzas públicas de la nueva administración enfrentan una situación crítica.
El expresidente López Obrador se empeñó en desmantelar, capturar y eliminar los frenos y contrapesos democráticos al poder del Ejecutivo. Normalizó los ataques contra opositores, críticos y periodistas como una realidad cotidiana. Utilizó los medios públicos del Estado como instrumentos de propaganda partidista.
Se anuló cualquier posibilidad de convivencia democrática y construcción plural de acuerdos, al negar la legitimidad de quienes pensamos distinto. El saldo es una sociedad profundamente dividida en la que los consensos parecen imposibles.
Paradójicamente, la concentración de poder y la centralización de la toma de decisiones se dieron en forma paralela al debilitamiento de las capacidades del Estado en prácticamente todas las áreas.
Las autoridades civiles han cedido cada vez más responsabilidades a nuestras Fuerzas Armadas, la mayoría ajenas a su formación y disciplina. Gracias a la reforma constitucional militarista, el Ejército, la Armada y la Guardia Nacional podrán desempeñar prácticamente cualquier función civil que les ordene la nueva administración. Esa militarización tendrá costos para todas y todos.
Finalmente, el saldo del sexenio pasado es particularmente negativo en dos de las áreas más importantes para la calidad de vida de las personas: la salud y la educación.
El desmantelamiento del sistema de salud es verdaderamente trágico. El número de mexicanos sin acceso a servicios médicos pasó de 20.1 a 50.4 millones en solo cuatro años. Se generalizó el desabasto de medicamentos y se redujo significativamente la cobertura de la vacunación, un área en la que México había logrado consolidarse como un referente mundial.
El retroceso en materia educativa es enorme: el gobierno no hizo nada para atender la deserción escolar provocada por la pandemia y abandonó los esfuerzos para enfrentar el rezago educativo.
Claudia Sheinbaum hereda un país con grandes desafíos. La violencia sin control, la fragilidad de las finanzas públicas, la debilidad institucional y el grave deterioro de los servicios básicos exigen mucho más que compromisos de continuidad, proyectos ambiciosos sin fuentes claras de financiamiento, y buenos deseos.
El reconocimiento de los retos, el llamado a la reconciliación social y la convocatoria a construir acuerdos nacionales para enfrentarlos permitirían avanzar en la dirección correcta.