Justo un mes después de las elecciones en las que la candidata izquierdista de Morena, Claudia Sheinbaum, aplastó a la oposición derechista, estalló el fuego cruzado entre el expresidente Felipe Calderón Hinojosa y el dirigente del Partido Acción Nacional (PAN), Marko Cortés.

No podía ser de otro modo (ya se habían tardado), pues cuando se pierde, y más si es de forma estrepitosa como en este caso, muchos son dados a buscar responsables sin asumir sus propios errores y deficiencias.

Ambos se acusan mutuamente de ser los responsables de una de las peores derrotas de ese partido en los últimos tiempos, al grado que ahora está inmerso en una discusión interna acerca del futuro inmediato.

Por más que quiera evadir la responsabilidad, el que posiblemente más daño le causó al blanquiazul en estas elecciones fue Calderón Hinojosa -el señor de la guerra- porque el encarcelamiento y enjuiciamiento en Estados Unidos de quien fuera su secretario de Seguridad, Genaro García Luna, afectó mucho la imagen del partido.

Pero también está en la memoria de los mexicanos -y por si se les había olvidado el presidente Andrés Manuel López Obrador se encargó de recordárselos frecuentemente en su conferencia mañanera desde que asumió el poder- la guerra contra el narcotráfico que desató en 2006 para tratar de legitimarse después del fraude electoral, ocasionando un baño de sangre en el país con tantos asesinatos, que por cierto no ha podido ser revertido por el actual gobierno.

Cortés tiene responsabilidad porque como dirigente no tuvo la capacidad de escoger a un buen candidato o candidata que pudiera competir contra Sheinbaum y todo el poder del presidente, sino que aceptó que fuera Xóchitl Gálvez, empujada por el empresario Claudio X González y otros grupos de la derecha con el cuento de que era una abanderada de la sociedad civil, dizque con antecedentes de izquierda, lo cual era insostenible porque ha ocupado cargos bajos las siglas del PAN.

La tal sociedad civil no tiene mayor peso en esos casos, sobre todo porque los partidos políticos y sus dirigentes -todos- tienen sus propios intereses, si no, no estarían los líderes y sus cercanos como diputados o senadores electos por la vía plurinominal.

La sociedad civil puede tener peso en conflictos como el del alzamiento armado zapatista de 1994 en Chiapas, cuando miles salieron a las calles en la Ciudad de México y otras partes para frenar la guerra, pero no en temas electorales, y menos en el contexto del México actual con un presidente muy fuerte y los programas sociales que benefician a millones de personas, sobre todo de las clases bajas.

La tal marea rosa fue sólo un espejismo que compraron el PAN, el PRI y el PRD, que eran los que le habían dado cuerpo de alguna forma con sus militantes y simpatizantes en las marchas, sobre todo la del 19 de mayo y la que se había realizado previamente el 19 de febrero con el argumento de que “el INE no se toca”. No es exagerado decir que Andrés Manuel tuvo mucho que ver para que Xóchitl fuera la seleccionada de la derecha.

Es cierto también lo que afirma López Obrador acerca de que el llamado poder mediático hizo crisis este año porque a diferencia de otros tiempos, cuando se le llegó a denominar el cuarto poder, aunque en ocasiones estaba por encima del Congreso incluso, convirtiéndose en el gran elector, ahora enfrentó un elevado nivel de conciencia política y social del pueblo que, desde su llegada a la presidencia de la República en 2018, está más politizado. No es para menos. Su campaña recorriendo todos el país -nadie como él lo conoce palmo a palmo, municipio por municipio- comenzó desde 2006.

Ya se ha dicho antes en este espacio que cuando Gálvez y los dirigentes del PAN, PRI y PRD salieron a cantar su “triunfo” el 2 de junio pasado apenas pasadas las 6 de la tarde no lo hicieron por error o porque alguna encuesta de salida les asegurara la victoria, sino que pretendían que los grandes medios de comunicación, sobre todo la televisión, los secundaran y trataran de instalar una verdad inexistente.

Pero no lo hicieron porque la diferencia de votos entre Gálvez y Sheinbaum era enorme y no era posible tratar de revertirlos a través de la prensa, por mucho poder que tengan y principalmente, porque a diferencia del 2006 cuando el PAN estaba en el poder, ahora no tenían forma de operar un fraude en el sistema y menos en las urnas.

Incluso, podría decirse que el hecho de que la presidenta del Instituto Nacional Electoral (INE), Guadalupe Taddei, tardara hasta las 11 de la noche para hacer oficiales los avances de los resultados, exhibió a la derecha que pretendía dar un golpe y cambiar las cifras a partir del anuncio anticipado sin tener pruebas.

Ahora, Calderón y Cortés se culpan mutuamente del descalabro, con lo que ahondan la división interna en el blanquiazul en lugar de hacer una autocrítica y ponerse a trabajar para recuperar lo perdido. Como era de esperarse, Javier Lozano, el exsecretario del Trabajo con Felipe Calderón le entró al fuego cruzado en contra del dirigente panista.

A esta historia todavía le queda cuerda, por lo que habrá que esperar los próximos capítulos.

Con todo, parece que en Estados Unidos están peor y ni cuenta se han dado.  Resulta que el lunes pasado, la Suprema Corte de ese país que pretende erigirse como ejemplo de democracia en el mundo determinó que los expresidentes tienen inmunidad por todos los delitos que perpetren durante su mandato, incluidos los considerados graves, siempre y cuando los hayan cometido en el contexto de actos oficiales.

De tal forma que un delincuente probado como Donald Trump puede ser presidente, lo que significa que estaría por encima de la ley; es decir, los mandatarios de Estados Unidos podrán comportarse dentro de sus fronteras con la misma impunidad con que lo han hecho en otros países desde que son potencia.     

Lo anterior es muy grave, pues estando en funciones un presidente podría cometer crímenes por los cuales no podría ser castigado, ya que por haberlos realizado oficialmente durante su mandato, no serían considerados delitos. Fin