Es triste ver cómo ciertos personajes políticos pierden la decencia al ceder sus espacios a quienes, en diferentes momentos, criticaron y señalaron por el daño que han hecho a este país, pues con su decisión, se convierten en cómplices de los responsables de la destrucción del Estado de Derecho, del debilitamiento de las instituciones y del freno al progreso nacional que hemos padecido desde hace casi seis años.
Las traiciones traen consigo señales ineludibles. Tal es el caso de los rumores que circularon hace unos días y que se concretaron después de la decisión del Tribunal Electoral al avalar la sobrerrepresentación de Morena y sus aliados.
En “nombre del pueblo y de la democracia”, dos senadores -una de Michoacán y otro de Tabasco-, de origen y pasado perredista, que enarbolaron la bandera y la plataforma electoral de la coalición opositora Fuerza y Corazón por México -antípoda del deterioro institucional- decidieron pasar a las filas del oficialismo. Esto es un engaño manipulador al electorado, a sus compañeros de fórmula, de partido y al frente opositor.
Ambos llegaron por el voto de personas -militantes y ciudadanos sin partido- que se manifestaron clara y abiertamente en contra de la continuidad cuatroteísta.
No había lugar a interpretaciones o equívocos de ninguna índole; todos los sufragios a su favor significaron la posibilidad de impedir la expansión nociva de un segundo piso que compromete el futuro de las instituciones en México y, sin importar el cómo llegaron, se atrevieron a cometer tremendo fraude.
Hicieron campaña con unos colores y, antes de tomar protesta del cargo, descubrieron que son coherentes con la izquierda que viste de guinda y entonces cambiaron de fuerza política para ayudar a Morena; decidieron regenerar sus principios y eclipsar el amarillo del Sol Azteca que les permitió llegar a la boleta electoral de junio pasado. Ambos llegan producto de una mentira para hacerse del puesto, con todo y presupuesto, conservando así sus privilegios.
Sin siquiera pertenecer aún a Morena, tal parece que pasaron la prueba de iniciación para ser aceptados en el grupo parlamentario al que ahora servirán: han mentido, no solo a los ciudadanos, sino a los partidos que en alianza se pronunciaron por combatir las arbitrariedades del gobierno, incluido el Plan C), han robado los votos que obtuvieron y, con ello, han traicionado al electorado que creyó en su palabra, sello de la “transformación”.
¡Qué pronto se olvidó lo que el entonces candidato al Senado dijo en tiempos electorales: “así como tú, estoy cansado de los políticos chapulines de siempre… para ser político, hay que tener palabra!” Y pregunto en dónde la dejaron, porque durante la campaña en nada pareció molestarles las diferencias ideológicas de los partidos aliados. Pero la historia es implacable y los juzgará por sus actos.
Lo cierto es que de una u otra manera, están obligados a rendir cuentas al electorado de izquierda, a todos aquellos que estuvieron en contra de las propuestas morenistas y a los que ya ahora no representan.
La historia del chapulineo político seguirá repitiéndose una y otra vez en tanto no se entienda -y no se asuma- lo que implica tener una verdadera vocación política, de firme convicción democrática, siempre en la búsqueda del bien común, al servicio de sus representados, más allá de priorizar los intereses personales.
Incurrir en esta práctica da lugar a la existencia de una clase política que traiciona lo que sea y a quien sea por preservar sus intereses, dispuesta a entrarle al juego de las mayorías artificiales para dar el poder absoluto a una sola figura.
Por acciones desleales como estas, es que la actividad política ha caído en el descrédito y falta de respeto. Por esto, las ciudadanas y los ciudadanos creen cada vez menos a sus autoridades, porque prometen una cosa y con cinismo cambian de opinión o principios. Por eso, el grueso de la población en edad de votar está tan decepcionada de las y los políticos.
En suma, quienes nos dedicamos a la política tenemos la responsabilidad de dignificar el verdadero valor del servicio público, de ser congruentes con nuestros principios y valores, de conducirnos con ética y honorabilidad, de cambiar la percepción que los ciudadanos tienen de nosotros, de propiciar la participación ciudadana -vaya que 40 millones de mexicanos decidieron no involucrarse en la elección del nuevo gobierno-.
Mi interés en representar al PAN justo tiene que ver con rescatar la dignidad de la actividad política, de recuperar el respeto que esta institución tuvo en varias de sus luchas democráticas, de valorar la pluralidad, de trabajar desde lo municipal para fortalecer a México. De actuar con ética, sin mentiras, sin traiciones, sin simulaciones ni deshonestidad en el ejercicio público.