Sin justificación

Un gobierno no puede justificarse, por más palabrería que use, cuando en la plaza principal de una capital estatal, a plena luz del día, se asesina a dos líderes de los comerciantes ambulantes, se hiere a reporteros de la fuente y solo se captura a uno de los sicarios que no corrió tan rápido como quienes lo aprehendieron. Todo esto sucedió en Cuernavaca el miércoles 8 de mayo de 2019 luego de hablarse en Palacio Nacional de los avances en materia de seguridad pública. ¿Cuáles si el país arde como nunca en este 2024 como sucedió también en 2021, 2022 y 2023? ¿Pura herencia o referente de la administración lopezobradorista? Y todavía faltaba atestiguar la parodia de Culiacán el 17 de octubre con la liberación de Ovidio, “El Chapito”, por miedo de sus captores a ser exhibidos. Y de allí, las consecuencias.

Diez días antes, el 7, en Xaltianguis, Guerrero, otra de las entidades donde el vacío gubernamental es evidente, ocurrió un caso similar con tiroteos incesantes e incluso incendios provocados por bandos adscritos a dos de los grandes cárteles que conforman la nueva geopolítica del Estado. ¿Alguien puede asegurar que la nueva clase política, cualquiera de quienes integran los tres niveles de gobierno, son ajenos a acuerdos soterrados con la delincuencia organizada para que puedan acceder a sus cargos? Tales serían las pautas a seguir a través del período del insaciable AMLO de Tabasco.

No habíamos llegado a los brutales excesos en Agulilla, Michoacán, o la matanza en el palenque de Zitácuaro, en la misma entidad, con saldo de más de veinte muertos. Menos aún al ajusticiamiento de cinco jóvenes en Matamoros bajo el fuego exaltado del Ejército. Por ello, ya no puede señalar AMLO a los neoliberales del pasado –cuando todavía son presente- de las matanzas arbitrarias o brutales.

Otro punto. Cuernavaca es ya una ciudad sin ley a ochenta kilómetros de la capital del país y con un gobernador indefinido en cuanto a sus preferencias políticas; lo suyo es el futbol y la “cuauhtemiña”, un extraño lance en las canchas que no le es posible aplicar al señor Blanco Bravo, uno de los engendros de la modernidad política quien no ha podido, hasta el momento, hacer efectivo el debido proceso contra su predecesor, el perredista Graco Ramírez, uno de quienes más impulsaron en el principio del nuevo partido a Andrés Manuel López Obrador, devastador de los partidos por los que ha pasado.

Fíjense: NINGUNO de quienes le impulsaron en 2000 a la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal y en 2006 en pos de la Presidencia de la República, que ganó pero le fue imposible defender su victoria por errores estratégicos como el de pretender que el fraude había sido global y no concentrado en cuatro laboratorios estatales como le expuse debajo de las carpas de la protesta, permanece a su lado; más bien, cada uno de ellos se fue alejando, incluso el malandrín Graco, ex gobernador de Morelos, por diversas razones en cuanto a la imposibilidad de hacer valer cualquier criterio que no coincidiera al cien por ciento con lo dispuesto por el líder e icono intocable. Tal debería hacernos reflexionar sobre los vaivenes de una sinuosa vida pública.

Jamás he negado algunos de los méritos pretéritos de Andrés Manuel; al contrario, he dicho de él que es el mexicano con mayores conocimientos territoriales del país luego de haber recorrido hasta los últimos rincones del mismo salvo muy contadas excepciones. Por ello, la virtud del conocimiento se convirtió en la prepotencia de la cerrazón cuando México pidió a gritos, sobre todo quienes hicieron posibles los treinta millones de votos, un cambio estructural que nos llevara a transformar al sistema corroído hasta las cimientes. De esto se trataba y nunca fue.

La violencia y los infortunados desacuerdos en el ámbito político han sido la muralla –más alta que el muro de la ignominia del anaranjado Trump dispuesto a volver a asaltar la Casa Blanca para beneplácito de Putin y AMLO-, que impide observar hacia el desarrollo prometido y nos mantiene, cuando ya recorre el último semestre de su mandato –esto es el final de su mandato de cinco años y diez meses-, y la palabrería es más socorrida que la praxis, pese al increíble peso de la adulación por parte de quienes le justifican todo.

Más allá de enemistades personales, como crítico del sistema mantengo el decoro de no cegarme por simpatías inútiles y, en ocasiones, cómplices. Y los hechos, por desgracia, nos dibujan una perspectiva cada vez más difícil, entre el caos de la violencia, la pandemia inmanejable y la torpeza de los economistas del gobierno, que nos entrampa sin remedio aparente.

De plano, la mayor de sus mentiras se dio cuando prometió arrear contra la “mafia del poder”, esto es no solo los expresidentes sino varios de quienes se han infiltrado a su equipo sea como funcionarios de altos vuelos –Bartlett, la señora Sandoval, Zoé Robledo- o como consejeros dispuestos a cuidar sus propios intereses y no los de la nación. ¿Necesito nombrarlos?

loretdemola.rafael@yahoo.com