Presente Diabólico

La Pobre Evolución

Estremece, sí, meditar acerca de la pobre evolución de los pueblos y las naciones. Cuando observamos hacia la Edad de Piedra contemplamos, en los libros de historia antigua, las mismas debilidades y contradicciones en los seres humanos pese a la evolución de las especies siguiendo la teoría de Darwin. A veces desearíamos convivir con los gorilas, menos belicosos que los seres humanos, con tal de tener etapas de apaciguamiento aunque aquellos primates, nuestros ancestros dicen, carezcan de raciocinio.

No pocas veces he meditado sobre la capacidad de los animales, desde bestias hasta mascotas domésticas, para convertir a sus amos en sus esclavos muy a pesar de la superioridad de éstos basada en la capacidad de argumentar, hablar y construir un mejor hábitat y los consecuentes privilegios del ingenio que dan cauce a las comodidades de cada época. Lo grave es cuando, fuera del estatus establecido, pretendemos estar por encima de los demás por cuestiones de vanidades superficiales; es entonces cuando comenzamos a guerrear sin detenernos en los graves agujeros que las confrontaciones bélicas abren sin remedio. Por ejemplo, Rusia invade a Ucrania y el terror aumenta porque quienes sufren los bombardeos incesantes sólo pueden equilibrar la balanza a través de la ayuda foránea, por desgracia haciendo víctimas a los inocentes al igual que cuantos desde el aire arrojan material incendiario sin importarles las vidas de los niños y las mujeres. ¡Y ni qué decir de la lucha de Israel contra los terroristas de Hamás con el terrible genocidio que conlleva!

Muy cerca de allí, los fanatismos, de un bando y otro, llegan al extremo de presentar, por un lado, fotografías de niños islámicos –acaso apenas iniciados en su religión-, portando armas o apuntando a sus enemigos con armas de fuego de alto calibre; pero, por el otro, no percibimos que a nuestros hijos, en este mundo occidental rebosante de hipocresías, nos encargamos de armarlos dotándolos de una mentalidad violenta a través de los juegos cibernéticos de guerra los cuales posibilitan arrasar con cientos de “enemigos” en una sola jornada de malsana “distracción”; yo les llamo “genocidas virtuales” y perdónenme si hiero susceptibilidades.

Los niños son, quizá, los puntos neurálgicos de la controversia sobre el futuro. Si ya desde ahora observan a la guerra como un imperativo de dominio y conquista, de dominación plena, ¿qué les deparará el futuro si logran alcanzarlo antes de un posible cataclismo universal? Porque, para desgracia nuestra, no habrá mañana si seguimos imbuidos en la devastación y no somos capaces de superarla precisamente con el elemental raciocinio. Igual en el pasado remoto y hoy, los seres humanos disputamos cada palmo a punta de golpes de piedras o metrallas. Como si la humanidad se hubiese estancado en la roca fundacional.

Desde esta perspectiva puede entenderse el terrorismo –jamás justificado pero sí explicable-, como una extensión de la guerra de guerrillas, la de verdad y no las simulaciones como la “pacifista” englobada y atorada por el neozapatismo y como respuesta a la diferencia extrema entre los ejércitos y quienes fueron llamados “gavilleros” al construir el camino hacia la Revolución. Un choque de frente habría devastado a los esparcidos grupos beligerantes; en cambio, bien supieron Zapata y, sobre todo, Villa, cómo golpear a los “federales”, cobijados por la sorpresa y posterior fuga hacia las cavernas de la sierra, sin poder ser hallados ni detenidos. Ni siquiera la vergonzosa expedición Pershing, ideada para capturar al Centauro del Norte invadiendo territorio mexicano con la anuencia de un gobierno vulnerable, pudo detener al caudillo-bandido que logró, al paso del tiempo, sin cabeza entre sus restos refugiados en el Monumento a la Revolución, la inscripción de su nombre con letras doradas en el recinto del Congreso de la Unión.

El terrorismo es, por desgracia, fuente de la desigualdad aunque, en su caso, sean los inocentes y no los ejércitos invasores quienes resultan agraviados y muertos, lo mismo en las Torres Gemelas que en Madrid, en 2004 –con saldo de doscientos muertos-, Londres en 2005 –y 56 víctimas-, y París cuya conmoción ha dado lugar a manifestaciones de apoyo pocas veces vistas –ni siquiera ante el derribo de las torres del World Trade Center en 2001-, acaso porque al mundo le fascina la Ciudad Luz y la reverencia por su urbanidad impecable aunque se olviden las políticas imperialistas que le han dado cauce; de hecho pocos las recuerdan salvo si observan en las columnas del Arco del Triunfo los nombres de las batallas ganadas por la fuerza bruta de un ejército implacable e invasor, entre ellas una de las de Puebla allí anotadas.

Pese a lo anterior, insisto, nada justifica en el tercer milenio adoptar las conductas réprobas de los cavernarios y de cuantos han pretendido conquistar el mundo por fatuas creencias de superioridad étnica como en el ominoso caso del nazismo que ahora resucita por la xenofobia exaltada de las naciones primermundistas “agredidas” por el terrorismo y cuyas respuestas bélicas suelen ser devastadoras; y me parece dramático, sí, que se aplaste a una nación entera por los brotes de los fundamentalistas localizados con prolongados operativos de inteligencia que no siempre llegan a los hechos.

loretdemola.rafael@yahoo.com