Educar para prevenir: nuevas masculinidades

La masculinidad ha sido históricamente asociada a valores como la valentía, la fuerza y el liderazgo, pero también de manera implícita al poder y la dominación. Por ejemplo, es posible reconocer que fue en la edad media cuando las sociedades le otorgaron a este concepto atributos adicionales como el honor y la lealtad, propia de los caballeros que protegían los reinados; y con la llegada de la industrialización y la modernidad, lo masculino se asoció al éxito económico y la capacidad de proveer.

Es así, que nacer y crecer como varón siempre ha implicado estar expuesto e incluso ser moldeado por la expectativa familiar y social de lo que significa ser hombre.

Sin embargo, al día de hoy, el rol de lo masculino debe desaprender muchos de los comportamientos machistas que históricamente han sido normalizados, tales como el control y la toma de decisiones en la pareja, la familia y la sociedad o el reconocimiento de la disparidad en las labores de cuidados dentro del hogar.

El papel de la educación ha sido determinante para reconocer y modelar conductas socialmente adquiridas. Ejemplo de ello son las prácticas de higiene que ayudaron a reducir contagios durante la pandemia o los programas de reciclaje para la conservación de los recursos y el cuidado del planeta.

En el caso de la violencia y las formas de prevenirla, diversos estudios a lo largo de todo el mundo dan evidencia de la efectividad que tiene la implementación de programas educativos que ayuden a comprender las normas y actitudes correctas e incorrectas en materia de género; así como el reconocimiento de las conductas violentas, no sólo en edades tempranas, sino a lo largo de todo el ciclo de vida.

La masculinidad tradicional debe ser cuestionada por los mismos hombres, y la educación juega un papel fundamental para la promoción de nuevas formas de entenderla.

Impedirle a una mujer ver a sus amigas, limitar el contacto con su familia, querer saber dónde está en todo momento, ignorarla o tratarla con indiferencia, enojarse con ella si habla con otros hombres, acusarla de ser infiel o controlar su acceso a los servicios de salud, son formas de violencia particularmente difíciles de detectar y demostrar.

Todos estos comportamientos representan violencia y daño psicológico. Conductas sutiles y cotidianas que constituyen estrategias de control y que atentan contra la autonomía y decisiones de las mujeres.

Prevenir la violencia no implica identificar y eliminar conductas que se han normalizado en nuestra cotidianidad. Las Fiscalías protegen a todas las mujeres maltratadas, destinan recursos y servicios para su apoyo, pero también desde la Fiscalía, instan a todos los hombres a que se sumen a este esfuerzo, reconociendo que el camino hacia la igualdad requiere de la participación de todos los hombres para entender y mejorar la manera en que se relacionan con las mujeres.

Educar para prevenir es un llamado a todos los hombres a redefinir lo que significa ser hombre en el siglo XXI, desafiando las normas que perpetúan la desigualdad y adoptando roles que fomenten el respeto y la igualdad en todas nuestras relaciones.