Extorsión, una pandemia silenciosa

La extorsión, en sus diferentes modalidades, ha reemplazado al secuestro como el delito más rentable en varias regiones del país. Esto se debe, en parte, al aumento de la información que circula en redes sociales y medios de comunicación, lo que alimenta una “industria del miedo”.

Este fenómeno, que amplifica el impacto de la delincuencia, ha transformado las actividades criminales en un negocio altamente lucrativo, devastando comunidades enteras y generando un ambiente de terror por la dramática presencia de los 175 grupos criminales con presencia en el 81 % de territorio mexicano.

Existen dos principales modalidades de extorsión: la indirecta, que incluye engaños telefónicos; y la directa, conocida como cobro de piso. Aunque el 99 % de las amenazas telefónicas no tienen sustento real, su impacto psicológico es innegable.

Sin embargo, el cobro de piso es la variante más peligrosa y devastadora, pues implica amenazas tangibles contra negocios y familias. Este tipo de extorsión no solo afecta la economía local, sino que también destruye el tejido social al imponer un estado de miedo constante.

Las cifras oficiales muestran un crecimiento alarmante de este delito. Regiones completas están bajo el control de grupos criminales que operan con impunidad, mientras las instituciones luchan por recuperar el terreno perdido. La pregunta es: ¿qué se puede hacer como ciudadanos y autoridades para frenar esta epidemia?

Primero, se debe reconocer que la solución no está solo en el gobierno. Las políticas públicas, aunque esenciales, deben ir acompañadas de un cambio cultural que rechace la normalización del miedo y la violencia.

Segundo, es fundamental entender cómo operan estos delincuentes. Esta información no solo ayudará a identificar y evitar riesgos, sino que también permitirá contribuir a desmantelar esta red de terror.

La extorsión no es un fenómeno inevitable. Es el resultado de años de negligencia, complicidad y desinformación. Pero también es un problema que puede resolverse si se enfrenta la realidad con valentía y determinación.

También vale reconocer a esos héroes anónimos: policías, funcionarios y ciudadanos que, contra viento y marea, luchan por devolver la paz a las calles. Su trabajo es una inspiración y un recordatorio de que, aunque la situación parezca desalentadora, siempre hay esperanza.

México no merece vivir en la zozobra. Las familias mexicanas tienen derecho a vivir en paz, sin el temor constante de ser víctimas de un delito que ha cobrado demasiadas vidas y destruido demasiados sueños.

Es momento de ponerse las pilas y actuar, porque solo unidos se podrá devolver al país la seguridad y dignidad que merece.