México vive un momento histórico con la toma de posesión de Claudia Sheinbaum como la primera mujer presidenta. Este hecho no solo representa la culminación de su trayectoria política, sino también un símbolo de la lucha por la emancipación definitiva de las mujeres. Así como Isis guiaba al pueblo egipcio con sabiduría y poder, Sheinbaum enfrenta un viaje lleno de retos: hereda un país fragmentado por desigualdades donde el patriarcado sigue siendo una fuerza que obstaculiza el pleno desarrollo de las mujeres.

La violencia de género, la disparidad salarial y el acceso limitado a puestos de liderazgo todavía son realidades que pesan sobre gran parte de la población femenina. Por ello, su liderazgo trae consigo la promesa de una nueva visión de equidad y justicia al gobernar, como ella misma dijo, para todas las personas.

En ese recorrido, Sheinbaum representa a millones de mujeres que han sufrido las consecuencias de un sistema que las ha anulado por generaciones.

La apuesta es que gobierne sin imitar el modelo masculino; que rompa de veras el techo de cristal reconociendo las necesidades que nacen de las asimetrías de género para que ella, y todas las mujeres, logren cambiar las reglas del juego patriarcal.

Solo así las futuras generaciones de mexicanas podrán ver en ella a una presidenta que fue la guía que pavimentó el camino hacia la igualdad real y la autonomía total de las mujeres.

En ese sentido, la presidencia de Sheinbaum simboliza una promesa renovada para todas las mujeres que han luchado incansablemente por un lugar en los escenarios públicos y privados en condiciones de verdadera equidad, que les permita cumplir sus planes de vida individuales con respeto a sus derechos y las libertades.

Su ascenso al poder es, también, un recordatorio de que el auténtico feminismo no es una cuestión de acceso a espacios de poder a secas, ni de soluciones frívolas, sino una batalla por la transformación cultural de la sociedad en el verdadero feminismo.

En consecuencia, su presidencia, al igual que las misiones de las heroínas mitológicas, será evaluada no solo por su capacidad para gobernar, sino por su habilidad política para reformar para bien el tejido social. Qué bueno que no llegó sola, sino que llegó con todas.

Desde luego, el reto que enfrenta es inmenso: en su camino encontrará detractores que buscarán socavar su liderazgo, tanto por su género y su supuesta sumisión al hombre que la antecedió, como por las batallas políticas que se darán en el contexto de las expectativas impuestas en una nación ansiosa de soluciones inmediatas en seguridad, justicia, salud, educación, fraternidad y pacificación.

Sin duda, Claudia Sheinbaum tiene en sus manos la posibilidad de guiar a México hacia una verdadera democracia que se caracterice por un estado de Derecho sólido en el que mujeres y hombres caminemos juntos hacia un futuro justo y próspero.

Su dirigencia puede iniciar la era de la igualdad como una realidad palpable para todas las mexicanas. Si su liderazgo se mantiene firme, su legado no será únicamente el de una presidenta pionera, sino el de una revolucionaria que elevó el país hacia nuevas cumbres de libertad. ¡Bienvenida; mucho éxito y suerte, presidentA, así, con A, Claudia Sheinbaum!