¿Malos Publicistas?

Guerra por el Agua

En alguna ocasión, hace poco más de seis años, un periodista hispano, dedicado a las crónicas sobre toros aunque otrora fue un apasionado del teatro y otros artes, me dijo:

--Los peores publicistas de México son ustedes los mexicanos. Cada que dialogo con uno me cuentan atrocidades de su país.

Por un momento me sentí desarmado; no, México está a salvo porque lo sostenemos quienes lo amamos, pensé. Los señalamientos son para el gobierno putrefacto –el de Peña entonces y el de Andrés ahora- que prohíja la violencia, negocia con los mafiosos y mantiene a la población en un penoso estado de indefensión. Pero es difícil, cuando se habla de estas cosas, que los interlocutores confundan al país con las lacras que buscamos extirpar, y aún no podemos, la mayor parte de nuestros connacionales. Es como cuando se confunden los símbolos con la estructura del Estado. Peor acaso.

Le respondí que no era así; el planteo trataba de llamar la atención sobre el dolor de un país acribillado por la violencia artificial –la “guerra” no tiene destino porque cada año las cuotas de drogas hacia los Estados Unidos aumentan considerablemente mientras los precios son regulados por los agentes de la DEA, la CIA, sobre todo, y la NSA-, y una administración que tiende a favorecer la injerencia de las potencias universales, no sólo la norteamericana, y su respectiva expansión sobre el territorio mexicano.

Le hablé de la obcecación hispana por la neo-conquista –el término me da náuseas porque no admito que a una invasión cruenta se le tome por conquista, además no de México sino de los pueblos mesoamericanos anteriores a la fundación de nuestro país-, recordándole que quienes proclamaron la Independencia corrieron a patadas a los que fueron infamados con el mote de “gachupines” para contrarrestar el de “indios” con el cual señalaron, de manera equivocada, a los nativos de América.

Y todavía hoy no faltan impertinentes que se sienten superiores al recordarlo, alzando la mandíbula con el seseo de quien ni siquiera sabe pronunciar las palabras básicas y frasear en su idioma.

También le dije que los consorcios hispanos eran uno de los factores de inestabilidad más serios considerando que el saqueo de divisas comienza con ellos. Cada día, durante más de un año, esto es desde fines de 2015 y el primer semestre de 2016, el Banco de México colocó 400 millones de dólares para evitar un quebranto mayor del peso respecto a la divisa estadounidense y, por consiguiente, ante el euro también. Desde entonces hasta la fecha, en cada jornada, han sido los banqueros y especuladores de allende el mar, por encima de los vecinos del norte, quienes acapararon la derrama cotidiana y nos pusieron en manos de los especuladores.

El señor Peña dictó, como hoy hace AMLO sin el menor pudor, las bienaventuranzas de nuestra economía asegurando que es firme y próspera; no sabemos, realmente, si se refirió a la propia y a la de sus amigos del intocable clan de los influyentes, como los López digamos, para quienes el sexenio peñista fue como la llegada a La Meca de las ambiciones desbordadas y su final la apertura de las cuevas de Alí Babá. Todos los renglones productivos han pasado por las manos de los cómplices incluyendo las paraestatales desmanteladas para servir a intereses multinacionales de alto rango: en esta tesitura están la desvencijada PEMEX y la ofertada CFE de los apagones por todo el país y de la pretensa reforma censurada ya por el gobierno de USA.

Petróleo y energía; sólo nos falta vender el agua de mar y para ello falta muy poco. La misma línea neoliberal sigue el señor López Obrador con soberbia inaudita y sus “detentes” del Sagrado Corazón, infamando la devoción de un pueblo sumido en la ignorancia.

La Anécdota

Los economistas no se cansan de mencionar que de darse una nueva fluctuación de los precios del crudo, las próximas guerras no serán por la posesión del otrora llamado “oro negro” sino por el agua, considerando a ésta no sólo como un factor económico de alto rango sino, además, como un elemento vital para la existencia del hombre. Agotados los mantos acuíferos, la humanidad se destruiría sin remedio. Y así, en México, comienza el Apocalipsis.

Y tienen sobrada razón cuando observamos cómo, cada año, la desertificación del país –esto es hacia páramos desérticos-, aumenta de manera alarmante y coloca ya a varias entidades, digamos Tamaulipas, Chihuahua, Coahuila, Sonora, Sinaloa y Nuevo León, entre otras, al borde de una crisis cuya extensión es incalculable.

Por supuesto, tal realidad no figura en los informes presidenciales ni en el apartado de compromisos “firmados” que suelen detenerse en minucias y en reformas ineficaces y destinadas, como hemos visto, al peor de los fracasos... como la energética.

loretdemola.rafael@yahoo.com